Capítulo 18.

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Killian estaba estudiando cuando de repente un gigantesco lobo de fuego entró corriendo, derribó todo lo que tenía en el escritorio y volvió a salir entre ladridos y aullidos. Killian, sentado en su cama, ni siquiera parecía sorprendido. Tenía una expresión neutra mientras veía el desastre que ahora existía en su habitación.

El Doncel levantó su mirada de la tarea que tenía entre manos cuándo Drancour apareció en la habitación, jadeando y con la ropa llena de cenizas. Parecía haberse quemado, lo que era raro.

El Dios del Fuego no debería quemarse.

—Lamento lo de Ignis, él es un poco inquieto— explicó el Dios entre jadeos.

Killian no sabía si hacer la pregunta que obviamente estaba inundando su mente. Trató de reducir la acidez y el sarcasmo de su tono para no dañar la relativa paz entre ambos.

—¿Por qué hay un perro en mi casa?

El Dios del Fuego abrió la boca, pero no supo qué decir. La pregunta de Killian era un poco ofensiva. Sus bestias de fuego no eran para nada perros. Solo se parecían mucho.

Al notar la indecisión de Drancour, Killian decidió volver la mirada a sus libros.

Drancour sonrió un poco al verlo estudiando. Killian había perdido el interés en muchas cosas desde hacía un tiempo. Verlo usar su tiempo para ciertas cosas triviales le parecía excelente. Le hacía sentir bien que Killian mostrara entusiasmo en algo, al menos.

—Killian.

—¿Hmm?— ni siquiera levantó la mirada.

—Me gusta verte estudiar. Es bueno saber que pondrás esa mente tan astuta a trabajar.

El Doncel bufó. Al mismo tiempo usó los cuadernos para ocultar el sonrojo en sus mejillas. Los cumplidos aún le eran extraños.

Drancour contuvo su risa ante la expresión del joven. Notó el desastre que había causado Ignis y sacudió la muñeca para regresar todo a su lugar. Creyó escuchar un diminuto "gracias", pero por el bien de las mejillas de Killian prefirió fingir sordera.

El Dios del Fuego supuso que era hora de retirarse e ir en busca de su bestia de fuego antes de que quemara la casa. O peor.

Se detuvo en el marco de la puerta mientras se iba.

—¿Te gustaría un refrigerio?

Killian asintió débilmente.

—Bien. Te traeré algo.

Cualquiera pensaría que eran una pareja normal.

Killian suspiró. Cada día se sentía más tonto por su manera de actuar con Drancour. Su amabilidad era sincera, si, pero eso no le hacía sentir menos tonto. Después de toda una vida siendo mordaz y sarcástico, atacando antes de ser atacado, hablarle a alguien con normalidad era extraño. Sentía que estaba engañandose a si mismo y a Drancour con esa actitud sumisa.

Pero al mismo tiempo no podía evitar sentirse bien. Era agradable no estar a la defensiva todo el tiempo.

Killian muchas veces cuestionaba si su actitud siempre había sido tan agresiva o en qué momento había cambiado. De pequeño era como todo niño; dulce, ingenuo y amable sin límites. Recuerda sonreír por todo. Jugar por todo. Cantar por todo. Eran tiempos distintos.

El pelirrojo rodó los ojos al recordar aquella vez en la que trató de hablar con unos animales porque creyó que era posible gracias a unas tontas caricaturas. Era realmente bobo.

Killian dejó de pensar en el pasado cuando oyó un estruendo afuera. A regañadientes se asomó por la ventana, dónde llegó a observar cómo Drancour perseguía a dos perros enormes con fuego en sus cuerpos. Los perros estaban lanzando bolas de fuego que Drancour se encargaba de detener, lo que las hacía explotar hasta disolverse en el aire. De ahí el ruido.

La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora