La comida tenía poco sabor.
Killian había comido poco en los últimos días. La poca comida que había sido capaz de digerir tenía tan poco sabor que bien podría haberse quedado sin comer de todas maneras. La comida ya no era más que una bola de masa deslizándose forzosamente a través de su garganta. Era como comer tierra. Y quizás hasta la tierra tendría mejor sabor.
Los sentimientos de Killian habían estado cambiando una y otra vez desde aquella noche. Sentía tristeza, enojo, rabia, frustración. Más que todo se sentía decepcionado. No tanto de Drancour sino de sí mismo por haber creído en las mentiras de Drancour. Por haber pensado que por una vez en la vida podría tener algo bueno, sabiendo que estaba destinado a sufrir y llorar. Su único destino era el dolor. Su único propósito era satisfacer al cruel destino con su sufrimiento. No tenía motivos para vivir ni tenía motivos para seguir adelante cuando todas las personas que alguna vez amó le hacían daño. Le lastimaban y le causaban un dolor tan profundo que poco a poco su alma se iba fragmentando.
Un alma que ni siquiera era suya del todo. Qué puto chiste saber que su mera existencia no era más que el resultado de un capricho, un deseo egoísta de Drancour que alteró todo el maldito hilo del destino. Si existía era porque Drancour fue incapaz de aceptar que jamás iba a tener un destino. Fue incapaz de permanecer solo y decidió interferir. Decidió ser un maldito entrometido que lo obligó a existir.
Una parte de Killian sabía que, hasta cierto punto, debía agradecerle a Drancour por su existencia. La otra parte no podía más que detestarlo por haber actuado de manera tan egoísta. Tal vez, si Drancour no lo hubiera obligado a existir, Killian no habría tenido que sufrir tanto. No habría tenido que llorar durante horas y horas mientras su mamá lo regañaba por haber nacido. No tendría que haber soportado los golpes de su madre, ni los golpes de sus vecinos, ni las burlas ni los toques indeseados. No habría tenido que sufrir tanto.
Pero no.
Drancour tuvo que ser un maldito egoísta para hacerle sufrir una vida que jamás deseó.
Killian no quería volver a verlo.
No quería estar cerca de él.
No quería siquiera pensar en Drancour.
La verda es que ya ni siquiera podía decir que sentía dolor. El dolor era algo tangible para él, algo que podía medir en cantidades justas. Al menos así era. Antes podía decir qué tan doloroso era, pero ahora no. Ahora solo había un aplastante vacío en su corazón. Lo que sentía en su corazón era aterrador porque no podía evitarlo. No podía detenerlo, no podía medirlo. El vacío lo estaba consumiendo.
Ya no sentía nada.
Mitchell le traía comida y se aseguraba de que comiera. Lo ayudó a bañarse incluso, porque Killian no era capaz de moverse ni un centímetro por cuenta propia.
Estaba paralizado desde hacía días.
No estaba seguro de qué estaba pasando.
Killian odiaba a Drancour.
No podía negarlo. Ahora que sabía lo que Drancour había hecho, lo que había permitido con tal de encontrarlo en el futuro. Él había ocasionado tanto daño. Había permitido la muerte del destino de Harpid por razones egoístas. Lo había observado en medio de su sufrimiento e incluso así se había negado a salvarlo.
No podía creer en él.
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Lucian supo que algo estaba mal desde que el hombre helado llegó. No tenía razones para pensarlo, pero había algo en su interior que le hizo saber qué algo había pasado. Lucian no se atrevió a preguntar, así que solo observó con atención mientras el hombre helado se dejaba caer encima de las superficies acolchadas que para Lucian eran nidos de ave gigante.
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La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)
Narrativa generaleKillian es un Doncel poco convencional. En una sociedad dónde los Donceles son en su mayoría mimados como criaturas exquisitas, él es todo lo que nadie quiere ver en un Doncel. Amargado, violento, fácil de irritar y muy odioso con los demás. Vive un...