Capítulo 11.

111 27 4
                                    

Killian tuvo que usar vendas por más de dos meses.

Se fracturó dos nudillos.

Se rompió un dedo.

Los fragmentos de sus propios huesos le hicieron cicatrices horrorosas.

Lo que más le dolió a Killian no fueron los golpes o el dolor que se ocasionó a sí mismo. Aunque le costó mucho admitirlo, lo que más le dolía en realidad era la cruel indiferencia que ahora recibía de Drancour. El Dios del Fuego no le hablaba más que para decirle cómo tratar sus heridas y si algo malo había pasado con la guerra entre dioses. No había más halagos o frases motivacionales o dulces susurros en su cabeza para alegrarle el día aunque quisiera negarlo.

Todo dolía.

Desde su corazón hasta sus pies. Cada pequeña e insignificante fibra de su ser pedía a gritos un descanso qué él no estaba dispuesto a darle aún. No, le era imposible rendirse por cualquier razón incomprensible que pudiera formular. Daría lo que fuera por simplemente echarse en la cama y no volver a mover ni un músculo por el resto de su vida. Sería tan feliz si eso fuera posible.

Los días pasaron fugazmente.

Cuando lo notó ya le habían quitado las vendas de las manos, pero las cicatrices seguían allí. Salió a trabajar ese mismo día, riendo de manera espontáneo e ilógica cada vez que el dolor en sus manos le hacía imposible siquiera teclear una palabra en la computadora. Tenía tanto dolor que poco a poco descendía en la locura.

Era martes.

O jueves.

¿Sería lunes?

Killian no estaba seguro ni de si era de noche o de día. Solo sabía que ya era hora de irse por la mirada insistente que le lanzaba su gerente cada par de segundos. Sin ganas de hacer mas, recogió sus pocas pertenencias y abandonó el supermercado con pasos lentos y dolorosos. Seguía doliendo en todas partes. Pero había momentos buenos de vez en cuando. Aquel no era uno de esos.

El pelirrojo pasó por el parque y maldijo al sentir las primeras gotas de agua aterrizar sobre su cabeza. Iba a llover.

Maldita sea mi suerte.

Drancour no iría a ayudarlo.

El Dios del Fuego estaba molesto por lo sucedido. Huh. Al parecer Killian ni siquiera tenía derecho a lastimarse a sí mismo porqué eso sería una ofensa para el Dios del Fuego. Qué maldito desastre era su vida.

Tambaleándose, Killian llegó a un banco vacío. Se sentó y trató de tranquilizar sus latidos para seguir caminando. Si se enojaba iba a tener problemas con el dolor.

Oyó unas risas que venían de imbéciles. No se molestó en ver.

—¿Eso es un Doncel?— preguntó un hombre cerca.

Killian frunció el ceño y abrió los ojos. Ahora había tres hombre enfrente suyo. No quería quedarse ahí por un segundo más.

—¿Eh? ¿Eres un Doncel?

Apretó los puños. Se puso de pie y empezó a caminar lejos, pero sus piernas cedieron bajo su propio cuerpo y terminó en el suelo. Por más que intentó levantarse resultó bastante difícil teniendo un zapato presionando su espalda hacia abajo.

No tardó mucho en verse rodeado por los idiotas, quiénes sujetaron sus manos y piernas con unas sogas. Killian no quería ni pensar por qué traían sogas de noche en un parque abandonado, pero en el fondo lo sabía. Había visto las noticias y además no era idiota. Siempre tenía que pasarle algo a los Donceles. No eran más qué unas criaturas débiles y patéticas que no servían para nada más que parir hijos y abrir las piernas. No servían para nada. Él no servía para nada.

La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora