Todo se fue a la mierda en cuestión de segundos.
Killian juraría hasta el día de su muerte que la suerte no estaba de su lado y que el universo quería hacerle miserable en cualquier oportunidad que tuviera. No sabía por qué. No queria saber por qué. Solo quería gritarle al maldito universo que si quería hacerle tan miserable, mejor que le lanzara un rayo sobre la cabeza. Killian estaba ya harto de todo y todos. No aguantaba más.
Su día se fue a la mierda desde el miércoles en que Anatolen se le presentó en el baño, dándole el mayor susto de su vida. El primer instinto de Killian fue el de gritarle. Dicho instinto desapareció en un instante cuando Killian fue consciente del estado en el que se encontraba. Estaba desnudo. En la ducha. Y Anatolen estaba a sus espaldas.
La segunda reacción de Killian fue la de explotar el baño. Su cuerpo se vio envueltos por llamas anaranjadas que se adentraron en su cuerpo antes de estallar, arrastrando consigo todo a su paso. No fue su mejor idea ni tampoco la más práctica, pero fue suficiente para alejar al horrendo Anatolen y llamar la atención de los demás habitantes de la casa.
Drancour entró a la habitación primero. Sus ojos escanearon la habitación en segundos. Killian le felicitó mentalmente al notar que no reparó en su figura desnuda por más de unos segundos. Se lanzó sobre Anatolen casi de inmediato, cubriéndolo en llamas que lo convirtieron en ceniza. A Killian le duró poco el alivio, porque sin darse cuenta una de las miles de agujas que cargaba Anatolen encima se había clavado en su muslo. Con un gruñido se tambaleó fuera de la habitación sin prestarles la más mínima atención al rastro de sangre que iba dejando. Francamente le importaba un comino.
—Estupidos dioses… estúpida guerra… estúpido destino— iba baluceando mientras avanzaba a la velocidad de una tortuga.
—¡Killian!
Oyó a Drancour y decidió ignorarlo. Lo último que quería en ese momento era hablar con Drancour, el responsable de todas las idioteces fantásticas que sucedían en su vida desde hace meses. Lo odiaba tanto en ese preciso momento que bien podría haberle atravesado la tráquea de un puñetazo.
Killian se las arregló para llegar a su habitación. Tomó asiento frente a al escritorio y maldijo su vida tres veces antes de dignarse a mirar la herida.
Tenía. Una. Maldita. Aguja. En. El. Muslo.
Killian iba a decapitar a alguien hoy.
Drancour estaba cerca, como una garrapata. No tardó en acercarse a Killian para revisar su herida.
—Si te acercas, te clavo la aguja en el ojo.
—Killian, no es momento de que te pongas así— regañó Drancour. —Tengo que curarte. Las agujas de Anatolen llevan recuerdos. Hay que quemarlos.
Killian no estaba de humor para Drancour.
—¡LÁRGATE DE MI HABITACIÓN Y DÉJAME VER QUÉ MIERDA HAGO CON MI PUTA HERIDA!
Killian estaba gritando. Estaba tan exaltado que sus palabras fueron acompañadas por una serie de llamas azules que rodearon al pelirrojo como una llama. El fuego cada vez parecía estar más apegado a Killian. Tanto así que cualquier cambio en sus emociones lo convocaba de manera automática.
Killian fulminó con la mirada a Drancour hasta que el Dios del Fuego abandonó su habitación. De todos modos su reacción abrupta había quemado los recuerdos dentro de la aguja.
El Doncel revisó su muslo con atención. Al ver que ya no había una aguja sobresaliendo de su piel, fue a vestirse en caso de que a alguien más le apeteciera aparecerse en su casa sin aviso. Si algún otro dios lo veía desnudo, Killian iba a volverse loco. Estaba harto de los malditos dioses con sus malditos guerras estúpidas.
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La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)
Fiksi UmumKillian es un Doncel poco convencional. En una sociedad dónde los Donceles son en su mayoría mimados como criaturas exquisitas, él es todo lo que nadie quiere ver en un Doncel. Amargado, violento, fácil de irritar y muy odioso con los demás. Vive un...