» Killian abrió los ojos a mitad de la noche. Había gritos en el piso de abajo.
El pequeño Killian se frotó los ojos con sus diminutos puños, bostezando tras un rato solo contemplando el vacío de su habitación. La casa en la que estaban viviendo era pequeña, sucia y se encontraba en condiciones tan malas que el dulce pelirrojo no tenía más opción que dormir arriba, acurrucado en medio de cajas de cartón con su confiable sábana y un pequeño oso de peluche que mantenía cerca de su pecho todo el tiempo. Sus diminutos pies, ahora llenos de moretones y cortes por el suelo de la casa, dieron pasos cortos e inestables mientras hacía un esfuerzo por descender las escaleras.
Killian logró llegar a la planta de abajo en silencio. Se sentó al borde de un escalón, sujetándose las rodillas con sus manos. Observó con temor hacia la sala donde los gritos subían de volumen.
Mamá estaba peleando.
Otra vez.
Killian no sabía si llorar. Las ganas de llorar siempre estaban ahí, pero Killian ya estaba demasiado acostumbrado a los gritos y peleas como para llorar cada vez. Mamá siempre peleaba. Siempre gritaba. Siempre había algo que le molestaba.
Si tan solo pudiera detenerla…
Pero no podía.
Killian solo podía cerrar los ojos y fingir que estaba en otro lugar. Un lugar muy bonito y lejano donde su madre no encontraba razones para pelear todos los días. Killian solo quería ser feliz.
Por un día, al menos.
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Mamá estaba enojada con Killian.
Killian no sabía qué hacer. Solo había saludado al hijo de sus vecinos porque le parecía agradable, con sus dientes chuecos similares a los del pequeño Killian en ese entonces. Solo quería un amigo de su edad, alguien con quien pudiera jugar en lugar de pasar todo el día encerrado en su habitación o huyendo de su madre. Solo quería jugar…
Su madre lo vio saludar al hijo del vecino. No dijo nada porque estaban en el jardín y cualquiera podría verlos. Esperó un rato antes de hacer cualquier cosa.
Killian sintió como su cabello era jalado con tanta fuerza que dolió. Su madre lo arrastró hacia el baño, ignorando su llanto o la manera en que sus pequeñas extremidades se retorcían buscando libertad. Lloró tanto que no podía respirar.
Su madre lo metió en el baño. Agarró la ducha y la dirigió hacia él, bañándolo en agua fría sin piedad alguna. Continuó hasta que el pobre niño ya no podía ni siquiera llorar. Su cuerpo entero estaba entumecido. Temblaba.
—Eso es lo que te pasa por ser una zorra, Killian. No creas que no te ví, seduciendo a ese chico de al lado. No dejaré que seas así. No serás… como los demás Donceles. Tienes que ser mejor.
Killian ni siquiera entendía a qué se refería su madre.
No sabía nada de esas palabras. No lo sabía. Solo podía llorar y asentir a todo lo que su madre decía. Su madre le dió una sonrisa después de ésto. Lo ayudó a bañarse y lo vistió, todo para luego arroparlo y darle un beso en la frente. Killian atesoro aquel beso como si fuera oro.
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Killian es ya un adolescente. Tiene catorce años. Está de malhumor la mayoría de las veces. Su madre ya está enferma, pero todavía mantiene la suficiente fuerza para gritarle todos los días y jalar su cabello.
El pelirrojo ya no sonríe.
No mira a nadie.
No habla con nadie.
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La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)
General FictionKillian es un Doncel poco convencional. En una sociedad dónde los Donceles son en su mayoría mimados como criaturas exquisitas, él es todo lo que nadie quiere ver en un Doncel. Amargado, violento, fácil de irritar y muy odioso con los demás. Vive un...