Habían pasado dos días sin señales de Drancour.
Killian no sabía qué hacer. Estaba preocupado, sí, pero no iba a admitirlo. No tenía por qué preocuparse si sabía que Drancour era un Dios. No iba a morir. Killian no debía preocuparse.
Y sin embargo ahí estaba.
No podía concentrarse en nada. No podía pensar con claridad. No podía dejar de perderse en sus pensamientos, buscando cualquier señal de la voz de Drancour en su cabeza. No había nada. Por primera vez en semanas solo había silencio. Silencio que perduró durante un mes, luego dos y tres. El Dios del Fuego no se había comunicado con él en todo ese tiempo.
Killian se decía a sí mismo que no le hacía falta la voz del Dios dentro de su cabeza. Sin embargo a veces se encontraba buscando, hurgando entre sus pensamientos en busca de aquella voz fuerte y masculina que hasta hace poco inundaba su cabeza. Lo extrañaba tanto que ya se estaba volviendo muy díficil fingir lo contrario. Necesitaba a Drancour más allá de lo que sus pensamientos racionales le permitían creer. Era una necesidad profunda y personal, que se deslizaba a través de todo su cuerpo.
Era frustrante saber que no podía hacer nada.
Iba a volverse loco en cualquier momento.
—¿Killian?
Ese era Mitchell hablando. Sus ojos estaban rojos en las esquinas como si hubiese estado llorando, algo que Killian no habría notado de no ser porque estaba analizando su rostro en ese momento. El aburrimiento y la frustración hacían que fuera detallista con las pocas cosas que tenía a su alrededor. Por primera vez veía a Mitchell sin tener la cabeza llena de prejuicios.
Mitchell se veía mal. Decaído quizás. Sus labios que siempre iban pintados de color rosa pálido ahora estaban secos y magullados. Bajo sus ojos había ojeras. En su cuello se veían marcas de tonalidad rojiza.
Killian no tenía que ser muy inteligente para adivinar que algo malo debió suceder con el novio de Mitchell.
—¿Killian?
—Dime.
—¿E-Estás bien?— preguntó suavemente.
Killian sintió algo removerse en su interior. Mitchell se veía patético y aún así estaba preocupado por el bienestar de Killian.
—Sí— finalmente respondió Killian, apartando la mirada del mal estado de Mitchell. —Solo estoy cansado.
—Oh. B-Bueno.
Killian se mordió la lengua para no preguntar. Luego se arrepintió de su cobardía e hizo la pregunta.
—¿Qué te pasó?
—¿D-De que hablas, Killian?
—No te hagas el tonto. Te ves horrible.
Mitchell bajó la mirada al suelo, sus ojos brillando por las lágrimas.
Killian ni se inmutó.
—Habla ya, tengo que seguir trabajando.
—Killian…— el Doncel se lanzó a llorar, incomodando a Killian. —¡Estoy embarazado!
Killian no tuvo tiempo de preguntar antes de que Mitchell se fuera corriendo de la tienda. Killian no tenía energía ni ganas de preguntar más, así que continuó con su trabajo sin volver a pensar en la situación de Mitchell. Sí estaba embarazado era su problema y su asunto, por lo que no tenía razón para involucrarse. Debía ser algo entre él y el padre de la criatura.
Killian siguió su trabajo con menos severidad que de costumbre. Estaba serio, pero su rostro era el de alguien pensativo. Seguía pensando de vez en cuando en la voz de Drancour y en lo extraño que se sentía no sentirlo cerca. Antes sentía su presencia. Sentía su voz, pero ahora no había nada más que un abrumador silencio.
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La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)
General FictionKillian es un Doncel poco convencional. En una sociedad dónde los Donceles son en su mayoría mimados como criaturas exquisitas, él es todo lo que nadie quiere ver en un Doncel. Amargado, violento, fácil de irritar y muy odioso con los demás. Vive un...