Capítulo 8.

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Oler el celo de su Doncel era una tortura. Había asesinado al Dios del Invierno, había invocado a las bestias del Inframundo, había luchado con furia y casi había llegado al límite de lo que era capaz en el mundo humano. Nada de eso era tan doloroso e insoportable como tener que contener sus deseos mas profundos por el bienestar de su destino. El Dios del Fuego tenía un olfato increíble y era capaz de oler cada cambio en la anatomía del Doncel. Cada gota de lubricante que salía de su estrecha cavidad él podía olerla. Podía saborear su lubricante natural. Podía oler su esencia mientras ésta goteaba desde la punta de su inútil miembro de Doncel.

Drancour era lo más cercano a los salvajes que había en el Reino de los dioses. Las bestias del Inframundo que convocó la noche anterior eran sus hijos, moldeados a partir de la esencia de su alma. Drancour en sí podía adoptar esa forma, pero no era un fanático de ellos. Sin embargo, sus instintos salvajes seguían ahí. Para estar en el mundo humano tenía que adoptar una forma tangible, lo que lo ponía mucho mas cerca de sus bajos  instintos.

El Dios trató de ocuparse para no oler los fuertes aromas que provenían de la habitación de su destino. Limpió, cocinó un poco y atendió a la madre de Killian cuándo ésta despertó. No fue difícil para él engañar los ojos de la mujer para que ésta le viera como a Killian. Le dió sus medicinas y luego la dejó, como sabía que hacía Killian siempre. El Doncel no sentía mucho por su madre desde que enfermó.

Pasó un día y Killian seguía sumido en un frenesí sexual que no parecía estar cerca de su fin. Drancour se mantuvo fuerte e intentó ignorar la dureza en sus pantalones, usando la puerta a la habitación de Killian como una barrera entre él y el Doncel en celo. Killian era tentador. Sus bellos gemidos hacían que Drancour respirara pesadamente. Su aroma, tan dulce y a la vez salado, estaba llamándolo como el más delicioso manjar del mundo. Drancour daría lo que fuera por hundir su rostro entre las piernas del muchacho para saborear sus fluidos. Ah, era un ser lleno de deseos contenidos.

A los dioses no se les permitía el libertinaje porque era poco sagrado. Un dios podía tener sexo solo cada cien años, a menos que se tratara de si destino. Ésto los convertía en seres reprimidos con muchos deseos que luchaban por salir. La mayoría de los dioses gozaba de un líbido alto. Podían tener sexo durante días, hasta semanas sin cansarse nunca. Usualmente utilizaban su única oportunidad para tener orgías, pero Drancour prefería no hacerlo. No era virgen, pues había tenido una considerable cantidad de parejas a lo largo de los años. Solo que se mantenía a una persona en lugar de las miles de parejas que sus hermanos solían tener.

La tentación de entrar y hacer suyo a Killian era demasiado fuerte para Drancour. Ni siquiera podía darle supresores porque eso implicaría acercarse, algo que seguramente lo llevaría a reclamar a su destino tanto en cuerpo como en alma. Drancour debía resistir. Por el bien de Killian, debía aguantar hasta que el Doncel terminara de pasar su celo.

Para alejar su mente de aquellos pensamientos escandalosos, Drancour decidió revisar el Reino de los dioses desde su posición para saber si algún Dios había decidido unirse a él.

No.

Nadie estaba de su lado.

Drancour suspiró. No debería sorprenderle que los dioses se negaran a ayudar sabiendo que su reputación era bastante mala entre ellos. El Dios del Fuego siempre fue visto como alguien lejano, distanciado del resto. No como Harpid, que era amigo de la mayoría y un ejemplar hijo de la Diosa Luna. Nadie iría en su contra si podían evitarlo. Y Drancour no era tan importante como para que los dioses traicionaran a Harpid. Él era simplemente irrelevante en comparación.

Tenía que ponerle un fin. Harpid había estado demasiado cerca de Killian. No podría protegerlo siempre. Temerle al Dios del invierno por el resto de su vida no era una opción para el Doncel.

La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora