Capítulo 15.

127 23 1
                                    

Killian no podía creer que estuviera frente a su espejo, nervioso y con un muy emocionado Mitchell corriendo de un lado otro con productos de belleza que Killian no tenía la más mínima idea ni de para qué servían. Desde que le notificó a Mitchell que iba a tener una cita con Drancour, el rubio se había encargado personalmente de invadir su habitación bajo la excusa de "ayudarle a estar preparado". Killian lo habría echado a patadas en una situación normal, pero aquel día no era normal.

No. Iba a tener una cita. Él, que durante toda su vida despreció a aquellos Donceles que se paseaban enamorados a través del supermercado, iba a tener una cita con el hombre más insoportable que había conocido jamás. Killian quería golpearse a sí mismo. De hecho tenía pensado hacerlo una vez Mitchell le diera el espacio suficiente para ello.

Mitchell sacó una maleta negra (maleta que Killian no sabía de dónde vino) y empezó a sacar ropa tras ropa, cada prenda más llamativa y extraña que la anterior. Killian se sintió horrorizado. Su guardarropas se limitaba a pantalones anchos y suéteres tan grandes como para ocultar su figura. Todo lo que le ofrecía Mitchell era ropa ceñida y estilizada. Ropa de Doncel, de cierto modo.

El pelirrojo miró el desastre que era su habitación ahora. Suspiró, llevándose las manos a la cabeza y contando hasta cinco para no asesinar al inquieto Doncel que tenía como amigo. Dioses, era demasiado.

—Mitchell, cierra la boca— soltó ya exasperado de ver al rubio sumido en sus propios pensamientos.

—¡Déjame concentrarme, Killian!— exclamó Mitchell con una voz elevada.

Killian no supo que decir. Jamás había visto a Mitchell así de enojado.

—¿Que mierda te pasa?— cuestionó Killian.

Mitchell suspiró.

—Escucha, Kil. Dejé a mi bebé en casa para venir a ayudarte y tú no haces más que quejarte e insultarme en tu mente.

—Yo no…

—Cállate y escucha— ordenó Mitchell. —Te valoro mucho, Killian. Y entiendo que tú personalidad es bastante… rústica, por así decirlo. Lo entiendo. Pero no estoy de humor para soportarlo, así que quédate callado y déjame ayudarte a hacer de ésta una cita inolvidable.

Killian honestamente no tenía respuesta.

Por lo tanto, decidió quedarse en silencio mientras Mitchell hacía lo que se suponía que estaba haciendo.

Después de cuarenta y cinco agotadores minutos, Mitchell terminó por arreglar el cabello de Killian con un estilo semi recogido hacía atrás, dejando algunos mechones a los costados de su rostro. También le aplicó un muy ligero rubor en las mejillas y un bálsamo labial que hacía brillar sus ya rosados labios sin más.

Killian de algún modo accedió a vestirse con la ropa más promiscua (a su parecer) que había visto en toda la vida. Se trataba de una camisa corta, apenas por debajo de su ombligo, tan estrecha que Killian podía sentir la tela moviéndose ante cada respiración suya. Sus pantalones, si es que a eso se le podía llamar pantalones, llegaban hasta los huesos de su cadera y parecían tan ceñido como una segunda piel. Killian evitó mirar, pero le resultó evidente que ciertas partes de su anatomía estaban siendo resaltadas por la vestimenta. Su retaguardia, por ejemplo, se veía demasiado abultada en comparación a su delgado cuerpo.

Killian jamás admitiría que se veía bien. Lo primero que dijo al verse en el espejo fue que lucía como una puta barata.

—Ajá. Fingiré que no dijiste eso sobre mi ropa y mi estilo.

A Killian le importaba un comino lo que pudiera pensar Mitchell.

—No voy a salir— declaró.

Mitchell frunció el ceño.

La Ofrenda Del Dios Del Fuego (BxB) (Última Parte De La Saga Donceles)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora