CAPITULO 1 CON RABIA

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Ahí en una región de aguas azules y arena blanca, nací un 12 de marzo, plena primavera en San Vito lo Capo.

Mi mamá dice que lloré tan fuerte que todas las enfermeras creían que me habían bendecido con grandes pulmones, pero quizá fue por la nalgada que el doctor me dio.

Crecí viendo a mi padre cuidar la reserva del pueblo, había mucho trabajo en verano, cuando los turistas se reunían y todo el flujo económico crecía exponencialmente, en conclusión, cuando terminaba la temporada podía tener nuevos juguetes.

No tuve una mala infancia, al contrario, recorría tres veces a la semana la playa, subía al faro los fines de semana con mi hermana y mis primos, hacíamos algunos que otros entretenimientos para los turistas en la playa y nos ganábamos nuestros centavos.

Cuando tenía doce años, ya no quería andar recorriendo las callejuelas, ni jugar en el faro con mis amigos, o vender colguijes de conchitas a los turistas ancianos. Entré en la terrible y agonizante etapa de las faldas arriba de la rodilla y el acné en los pómulos. Por suerte mi vida cambió, (no, no encontré la fórmula para quitar el acné ni para sobre llevar la adolescencia), pero supe lo que quería ser.

La tienda que marcó mi vida, Coniglio al Miele (Conejo de Miel), la más especial y bella que abrazaba el delicioso arte de la repostería. La chef repostera y dueña de ese negocio era Patricia Parce, excelente maestra, ella me enseñó de todo para comenzar mi carrera como chef repostera. Para una adolescente como yo, me sirvió bastante para vaciar toda mi energía ahí.

No fui nunca una chica de problemas, o bueno, nunca he querido participar en uno hasta que viajé a Montreal.

Canadá parecía todo un sueño estudiantil, gané una beca, estudié lo que quería, viví lejos de mis padres. Todo un sueño.

Pero este sueño no se completaría si ellas no hubiesen aparecido.

Mis queridas amigas.

Como dije, nunca fui una chica de problemas, pero cuando ellas aparecieron en mi vida, me di cuenta de que a veces, meterse en problemas no es tan malo.

Definitivamente hay momentos que atesoro bastante, (a parte de mis hijos, claro) como el primer día que nos conocimos en un bar, Audrey derramó su cerveza sobre Jade y esta la quería golpear, supe, desde el momento en que ayudé a Audrey con Jade, que nos haríamos bastantes cercanas, ese día, terminamos bebiendo juntas.

Es gracioso como el destino juega sus cartas, en los momentos menos esperados encuentras a personas que, aunque no lo supieras en el instante, se quedaría contigo para siempre.

Otro momento memorable con ellas es cuando viajamos en nuestro primer año de escuela a Paris, la abuela de Audrey nos recibió con los brazos... no tan abiertos claro, pero la convencimos cuando le preparé mi mejor Souflé de merengue y crema pastelera.

Nos escapamos por la noche, queríamos beber un poco, pero un grupo alemanas nos hicieron una escena en la entrada del bar, aunque descubrimos que lo hicieron más porque no tenían dinero, haciéndonos ver como si fuésemos ladronas, entre peleas y gritos la policía se anunció y salimos corriendo de ese lugar, solo para meternos a un club de Moulin Rouge, nos escabullimos hacia los camerinos, fue fácil hacerlo, ya que ese día tenían presentación nueva y todo mundo estaba como loco. Jade creyó que disfrazarnos para salir de allí era una buena idea y tomamos algo de ropa. ¿Quién podría adivinar que escabullirnos por un pasillo muy oscuro era la mejor idea para pasar desapercibidas?

Exacto, a ninguna de las tres. Y tampoco estábamos listas para que en ese momento el telón se abriera y los vítores y silbidos nos recibieran. Mis mejores amigas, porque eso son, no dejaron que mis piernas temblaran como gelatina, ni mucho menos quisieron salir corriendo de ahí, simplemente nos miramos, sorprendidas, emocionadas y un poco achispadas, hicimos lo que nunca habíamos imaginado, como dice Rick Astley, "nunca te dejaré, nunca te decepcionaré, nunca saldré corriendo, no te abandonaré"

POR TI, SIEMPRE (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora