CAPITULO 27 HOJAS, TRONCO Y RAICES

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Todo se acabó.

Y parece tan irreal, tan irreal que todo hubiese llegado a su fin.

Poco importó el dolor de mi oído de tener tan cerca el cañon, solo podía contemplar el cadáver tibio de aquel hombre atormentado empapado en su propio charco de sangre.

El ruido sordo del metal chocando contra la tierra me sacó de mi ensoñación.

-Se acabó-masculló a mi espalda, iba a girarme, pero ella me retuvo-, no, no quiero que me veas.

Las alarmas en mí se activaron, ¿se había lastimado? ¿algo pasaba?

-Audrey, ¿Por qué?

Ella soltó un gimoteo.

-Porque soy una asesina.

No pude evitar sentirme aliviado, no estaba lastimada, fue una bendición que él no se hubiese dado cuenta que su arma no estaba cargada, el cartucho ahora descansaba cerca de su mano exangüe.

Me giré para tomarla por los hombros, ella mantenía la cabeza enterrada entre sus manos, sollozando. La acuné entre mis brazos.

-No importa, eso no importa-la abracé con fuerza, su cuerpo temblaba o quizá eran nuestras sacudidas, a pesar del miedo, el alivio se asomaba un poco-, estamos bien.

La maleza se escuchaba crujir, para cuando levante la mirada, Marco apareció sofocado, con su arma en la mano, vio aquella escena y soltó un bufido.

-Hay carajo, puedo verle los sesos.

Audrey soltó un chillido más fuerte.

-Puede ser menos explícito-le recriminé.

-¡Es que le veo los sesos! -tosió con fuerza-, creo que voy a vomitar.

-¿Por qué, carajo? ¿Qué no estás acostumbrado? -le grité.

Salimos de entre la maleza, Marco nos guio hacia un lugar lejano de la capilla donde se contenían a los turistas aterrados.

-Sigan adelante-dijo con calma, pasando por sobre la policía, quienes no dijeron nada en cuanto nos vieron pasar, ni Marco les dirigió una mirada, de ahí, solo cruzamos unas calles y salimos hacia el puerto, ahí también había personas aterradas, pero supimos disfrazarnos bien entre ellos.

-Los demás están en el Yate, debemos dejar la isla en diez minutos-caminamos hacia el Yate con prisa.

Subimos a la embarcación, su seguridad nos había escoltado en todo el camino y solo cuando estuvimos a bordo me percaté de ello.

¿Y ahora qué? Algo me decía que debía estar un poco tenso, pues Marco podría decirme que ahora debía pagarle todo lo que había hecho hoy por nosotros. Si quería dinero, estaba dispuesto a hacerlo, pero si pedía algo más... ¿qué sería ese algo más?

-Antes de que se reúnan con sus amigos, debo hablar con ustedes-ahora su voz sonó aun más seria.

-Deja que mi esposa se vaya, necesita descansar-repliqué.

Marcó se giró enarcando una ceja, parecía algo divertido.

-No sería un acuerdo justo si no están las dos partes.

Audrey, después de haberse recompuesto, soltó un suspiro.

-Está bien, puedo hacerlo.

-Tampoco vamos a encadenarnos o cortarnos unas extremidades-soltó una carcajada.

Nos hizo pasar hacia otra estancia, en la parte de arriba.

En cuanto tomó asiento.

-Dado que mi querido desquiciado está muerto-dejó el arma sobre la mesa que nos dividía-, no me queda más que felicitarlos-exclamó aplaudiendo.

Miré a Audrey, ¿Cuántas veces no había pensado que eramos un reflejo de ambos?, no, quizá esta era la primera vez que lo pensaba, pues nuestras caras estupefactas decían todo.

Evidentemente, a Marco le faltaba algo en el cerebro.

-¿Por qué ponen esas caras?

-Creí que ibas a cobrarnos por haberlo matado.

-¿Cobrarles? -escupió-, admito que gaste algo en sobornar a bastantes personas, pero... no fue mi dinero, así que no hay problema.

-¿Qué no fue tu dinero? -le pregunté-¿entonces de quien fue?

Marcó se rascó la barbilla.

-Bueno, al final van a enterarse-se encogió de hombros-Madeleine está conmigo.

¿Cuántas sorpresas más en un día?

-¿Mi abuela? ¿mi abuela es una mafiosa?

-Si... resumiendo, así que no me ha costado nada, han extirpado un cáncer y ni siquiera tuve que ensuciarme las manos.

Nos quedamos un momento reflexionando sus estúpidas palabras.

-No, aún quedan más-murmuró Audrey.

Su agilidad mental siempre me sorprendía, ella había analizado quizá diez cosas, antes de que yo terminase si quiera con dos.

-¿Marina? -le pregunté haciendo un eco mental.

-Algo me dice que esto no se ha acabado aun-prosiguió ella-, fue muy fácil que Darién entregase su vida de esa manera-negó con la cabeza-, él ya estaba dispuesto a morir, ¿Por qué no hizo algo con nosotros en cuanto pudo? ¿Por qué no mando a sus hombres para acabar con nosotros ya que estaba tan cerca? -tragó en seco-, Darién es solo una fachada.

-Estás diciendo que la otra huérfana puede estar tras todo esto-ahora el estupefacto fue Marco.

-Nunca subestimes a una mujer con deseos de venganza-dijo firme Audrey, me tensé al reconocer ese tono de voz-, no tienen límites.

-Carajo...

Audrey, mantuvo su ceño fruncido, se dejó caer sobre el respaldo del sillón, cayendo en cuenta sobre algo.

Buscó mi mirada, la de ella como un chispazo, una flama.

Luego miró a un Marco desconcertado.

-Apenas quitamos las hojas del árbol... aún falta el tronco y las raíces-se tomó de los brazos del sillón-, dijiste que Darién había formado el Circulo de Cyriel-tomé su mano, pues había visto como apretaba el sillón, su mano, fría, pequeña, delgada y sudorosa-, pero ¿Quién más está allí? ¿Quiénes son las otras niñas que acompañaban a Darién bajo ese árbol de la fotografía?, una puede ser Libby, pero la otra-Marco enmudeció-, la otra, puede ser la más peligrosa aún.

De nuevo el silencio se coló entre nosotros, pues aquella reflexión no bastaba para un corto análisis, todo esto ya no nos competía solo a nosotros dos, sino que también los Rinaldi y otros clanes.

¿Contra quién nos estaríamos enfrentando ahora?

Marina Pellegrino

Y alguien más.

¿Quién podría ser?

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NOTA DEL AUTOR:

CHAN, CHAN, CHAN

POR TI, SIEMPRE (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora