CAPITULO 20 ¿EL TRIUNFO DEL MAL?

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 —Carlo—jadeó en mi cuello, sentí como sus dedos se apretaban en mis hombros, lo besé.

Escuché como los papeles cayeron, empujé un poco a Nathe para que se colocara de espaldas en el escritorio. Sus grandes ojos dorados estaban tan dilatados y me encantaba ponerlo de esa manera, sus mejillas sonrojadas, me encantaba todo de mi adorado esposo, podía sentir todo lo que él sentía, sus estremecimientos con cada enviste.

—Solo... un poco más—tomó una de mis manos y la llevó hasta su rostro enrojecido, mirándome con suplica exagerada, abriendo la boca soltando volutas de aliento. Acercó mi mano a su boca, tocando con la punta de su lengua la yema de mis dedos—Carlo, un poco más...

Vibraciones comenzaron a escucharse sobre el cristal del escritorio.

—¿Qué es eso? —preguntó jadeante, interrumpiendo el ritmo de mis envites.

—Solo... ignóralo—gruñí, apretando sus caderas.

Me incliné para lamber su cuello, había dejado su camisa abierta y su saco, lo tomé de la corbata que aún permanecía anudada a su cuello y tiré de ella.

De nuevo, las vibraciones del maldito celular.

Nathe soltó un gruñido, estiró la mano para intentar tomarlo. Le di un manotazo.

—Tu atención solo debe estar en mi—gruñí, lo envestí con salvajismo.

Sus gemidos se intensificaron, mientras que una tensión en mi vientre y un estremecimiento en mi cuerpo comenzaban a anudarse.

—Sí, sí, amor—lindos canticos soltó Nathe, comencé a moverme más rápido

Las vibraciones del celular eran incesantes, tanto que desesperaban.

—Carlo—repetía una y otra vez mi nombre, hasta que me vine y él lo hizo a la par.

Me tomó un par de segundos recuperar el aliento, me subí los pantalones y esperé a que Nathe se levantara del escritorio.

El infernal celular continuaba feroz con sus llamados, me adelanté furioso, si era Leo con una imbecilidad lo iba a matar.

La calentura se me enfrió como el ártico, cuando las diez llamadas perdidas que tenía no eran de Leo ni de un conocido.

Eran de Madeleine, tragué en seco.

—¿Quién tanto está jodiendo? —preguntó Nathe molesto.

—Tu... tu abuela—balbuceé, con manos temblorosas contesté—¿Si?

Del otro lado la voz rasposa de una mujer francesa me atravesó el oído.

—Tienes veinte minutos para traerme a mi nieto—exhaló—en el Castelo, ahora.

Con la llamada terminada giré hacia Nathe.

—¿Qué pasa? —preguntó algo nervioso mientras terminaba de alistarse su ropa.

—Quiere que te lleve al Castelo ahora.

Frunció sus rubias cejas.

—¿Ahora? —asentí y él resopló—. Eadlyn es como mi abuela, todo siempre tiene que ser a su modo—sonrió con cariño—, son muy escasas las malas puntadas que han tenido, pero por lo general, siempre tienen la razón.

Debía confesar que estaba molesto y aterrorizado.

Molesto por que, a pesar de todo, esa niña francesa aún seguía molestándome y su actitud no lo mejoraba, como dijo Nathe todo tiene que ser a su manera si hay algo que me hacía enojar era no tener el control de las cosas o la situación.

POR TI, SIEMPRE (Libro 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora