18/09/2020

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Suspiré. Estaba agotada, cansada de todo. Cansada de estudiar, de estar angustiada por los trabajos, de mis responsabilidades, de levantarme temprano, del frío, del ruido, de los carros, de los problemas, de la ciudad.

La lluvia empezó a repiquetear sobre el techo, lenta y tímida. Y la ciudad se ennegrecía a medida que el cielo se volvía cada vez más gris. Observe el triste paisaje deprimida. Suspiré. De pronto algo dentro de mi se encogió, pidiendo salir, como si alguna parte de mi ser me pidiera salir a lavar mis preocupaciones bajo la lluvia.

Por primera vez en mucho tiempo cumplí las peticiones de mi cuerpo. Abrí la puerta, saqué un pie y luego el otro, caminé unos pasos hasta quedar en medio de la calle.
Las gotas de lluvia atravesaban mi ropa como agujas para finalmente clavarse en mi piel y empaparme. El asfalto me enfriaba los pies, y de alguna manera, el agua se abría paso a través de él para colarse bajo mis plantas, el cabello húmedo se me pegaba a la cara y el agua acumulada bajaba por mi espalda como un rio acaudalado. Sentí la necesidad de regresar.

De manera natural mis piernas se movieron, primero lentamente y luego más rápido. El asfalto me raspaba los pies pero no me importaba porque el barro y la tierra pronto amortiguaron mis pasos y refrescaron mis heridas. Corrí como nunca lo había hecho, libre, ligera. Me movía ágilmente entre los árboles, sin cansarme ni agotarme. Las ramas apenas me rozaban y la vegetación besaba mi piel, la lluvia resbalaba por mi pelaje, sin llegar a mojarme. El viento me acarició las mejillas y el frío me caló los huesos, pero de alguna manera se sentía bien. Respire agitadamente.

Ya nada importaba, solo correr entre el bosque levantar la mirada y hallarme con las montañas a lo lejos. ¿La ciudad? ¿Qué es eso? no se a lo que se refieren, solo escucho el movimiento de las hojas por el viento, los insectos y uno que otro animal a lo lejos. Parpadeo y me encuentro con las gotas de lluvia brillando fugazmente antes de estrellarse con el asfalto bajo la luz de una farola. Parpadeo una vez más y me encuentro nuevamente en mi habitación frente a la mesa de dibujo. Mierda, aún tengo que acabar esto.

Pensamientos desbordadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora