10/11/18

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Los aplausos ya habían pasado y ahora se coordinaban en un ritmo casi perfecto, pidiendo otra obra.

La pianista, a la cual ya he olvidado su nombre, sale nuevamente. Hace una venia y se sienta en el banco frente al piano de cola, que naturalmente está enfrente de toda la orquesta. Los aplausos cesan y la gente se dispone a escuchar.

Aunque el auditorio está lleno de unas mil trescientas personas separadas de ella por una considerable distancia, logran escuchar a la mujer de Croacia diciendo que realmente ama esa canción.

El silencio se rompe estruendosamente, con el aporreo de unas teclas del piano las cuales no reconozco. Al fuerte sonido le siguen unas sutiles y lentas notas, la pianista toca tan delicadamente que el sonido es apenas audible.

La melodía familiar y desconocida se expande por el auditorio tímidamente. Únicamente se escucha el silencio acompañando al piano, e incluso aunque el silencio se oye más fuertemente, el delicado sonido no se ahoga en él.

La pianista sigue tocando y suavemente levanta los brazos junto con sus hábiles manos, luego de un largo tiempo el público sale de su hechizo y aplaude y victorea su interpretación.

La pianista se levanta sonriente, hace una venia y sale del escenario.

Pensamientos desbordadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora