Capítulo 4: Una psicópata en soledad

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Tenía 15 años en aquel entonces

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Tenía 15 años en aquel entonces. Casi 16. Todo fue muy extraño.

Las calles de Nueva York estaban repletas de sus habitantes, como cada sábado por la mañana, con un movimiento ajetreado a su alrededor. Gente que viene y va.

—Mi mente es como un navegador internet —comenzó mi mejor amigo mientras mordisqueaba una manzana roja limpiamente robada—: 17 pestañas están abiertas, 4 están congeladas y no sé de dónde está saliendo la música.

—¿Y qué está sonando, genio?

—Algo de Fall Out Boy.

—Interesante —ambos reímos—. Se ve que los hombres siguen sin evolucionar.

—Disculpa, pero yo he vivido contigo durante años, solo un par y puedo ser el hombre que más sepa de las mujeres.

—¿Si?

—Te lo juro. Mira, un ejemplo: no le preguntes a una mujer dónde quiere cenar, dile que adivine y llévala al primer lugar que diga.

—Wow, has desbloqueado un sistema que ni siquiera sabías que tenías. Enhorabuena, Norton 3.000.

—¿Y qué más da? Cuando un tío no le habla a una tía pues le habla otro.

—No, cariño. Cuando un «tío» —hice comillas— no me habla, yo estoy comiendo, trabajando, viendo una película o serie, haciendo otras tareas, hablando con él de la tienda de electrónica y con Parker, dibujando a Jesucristo —(sí, gente, se le quedó ese nombre)—, leyendo algo interesante, pintándome las uñas, aprendiendo a bailar chaqué y tocar el piano. No porque un «tío» no me hable, me voy a quedar como mierda esperando que se dé cuenta de mi miserable existencia cuándo puede que no si quiera ese «tío» sea de este planeta.

—Ah...

—No te ofendas, mi amor.

—No, no... —susurró.

Todo parecía normal: dos amigos que caminaban y reían por las calles de Nueva York.

—¿Harley?

La voz de Dennis era casi un jadeo. Lo miré con ojos desorbitados al ver que sus manos se deshacían en el aire cual cenizas al viento.

—¿Dan...? ¿Qué te está pasando?

Miré a mi alrededor, no era el único. La mayoría de la calle se estaba desintegrando. Se convertían en cenizas y desaparecían.

Cuando volví los ojos a Dennis, solo había un viaje de cenizas que surcaba el cielo.

—¡WESTERN! ¡DENNIS!¡ ¿DÓNDE ESTÁS?!

Gritaba despavorida a más no poder, con toda la fuerza de mi garganta y las cuerdas vocales ardiendo. Estaba aterrorizada, con ojos rojos llenos de lágrimas mirando a mi alrededor.

El último atardecer || Loki LaufeysonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora