"Distancias que duelen"

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Su cerebro poco a poco comenzaba a  despertar de los sedantes que inundaban su organismo. Su cabeza se sentía aún pesada y embotada y el martilleo era incesante sin dar alguna tregua en sus cienes.

Movió como pudo la cabeza para despejar la neblina que abrumaba sus sentidos, los sonidos llegaban a sus oídos como ecos distantes e inentendibles y su visión aún se encontraba borrosa y desdibujada. No podía identificar donde estaba o que estaba a su alrededor, solo sombras sin formas y borrosas lo acompañaban.

Parpadeo varias veces, hasta qué sus ojos comenzaron a enfoncar lentamente dándole una imagen más nítida de en dónde se hallaba. Bajo su vista a sus manos para darse cuenta que sus muñecas estaban atadas con precintos a  los apoyabrazos de esta.

A medida que su cabeza comenzaba a despertar cada vez más de su largo letargo, podía empezar a percibir el dolor que el plástico bien apretado ocasionaba al cortagear su piel cada vez que se movía. Una mueca de dolor pinto su rostro en consecuencia de eso y de la terrible jaqueca que estaba sufriendo en ese momento.

Se sentía una miseria humana, sus músculos dolían y pesaban, en su boca podía saborear un gusto rancio y a metal y sus huesos se sentían cada vez más cansados y desgastados. No podía armar las piezas, lo único que podía sentír era  como su cuerpo iba desfalleciendo lentamente. Quería descansar, sumergirse en un sueño profundo y no despertar nunca mas. Hasta que una voz rompió el silencio abrumador que lo azotaba provocando que todas sus alarmas se encendieran y que su estómago se revolviera en el más profundo asco al saber de quién se trataba.

Manin se encontraba plácidamente recostado sobre su amplia y mullida silla de cuero negro, enfundado en un carísimo traje de seda color azul petróleo junto a una camisa blanca perfectamente planchada dándole el aspecto de un gran y culto millonario o tal vez algún exentrico mafioso. Lo único que desentonaba en aquella imagen superficial de elegancia era el vaso pequeño de Guaro sujetado en su mano izquierda y su arma Magnum 55 apoyada en el amplio escritorio de roble.

Manin observaba en silencio a su sobrino frente a el, perforandolo con su mirada sin evitar ningún detalle de la deplorable imagen que le regalaba y lo hacía regocijar viéndolo tan indefenso y débil atado a aquella silla como un animal moribundo, con su cabeza colgando hacía abajo sin resistencia alguna tratando de entrar en la conciencia, vestido con un pantalón de franela y una camiseta blanca y vieja qué había visto mejores tiempos. Detrás de Charly parados a cada lado como sus guardianes, estaban Caronte y Titano mirándolo con unas sonrisas lobunas y cómplices esperando como hienas hambrientas saciarse de las sobras de su presa.

Charly lentamente subió su cabeza tomando toda sus fuerzas, para encontrarse frente a el la cara sonriente de su tío.

- Hasta que se digno a despertarse este.

Comento Manin luego de hacer fondo blanco a su Guaro. Las cejas de Charly se fruncieron en absoluto desconcierto.

- ¿Manin?.

- El mismo. Pues sobrinito, ya pensé que este bobo te había pasado pa el otro mundo.

- Agua.

Fue lo unicó que reunio a responder por el momento Charly. Su garganta picaba y su boca estaba seca, no le permitía seguir hablando. Manin al escuchar su pedido  le hizo un gesto con la cabeza a Caronte el cual no entendió.

- Hacele pues o necesitas una invitación gonorrea.

- De una firma.

Sin hacer esperar a su jefe, apoyo una botella de agua en los labios agrietados y resecos de Charly dándole de beber lentamente. El pelinegro tomo con suma necesidad, haciendo que el agua chorreara por los costados de su boca sin importarle mojar su camiseta. Era gratificante la sensación que abrumaba su cuerpo pero rápidamente se esfumó cuando la voz de Manin daba la orden de que no le diera más agua.

"Tenías que ser tu"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora