𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 27

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𝐁𝐞𝐫𝐧𝐚𝐝𝐞𝐭𝐭𝐞

El horror ya había ocurrido. En cuanto llegue aqui los secuaces de mi padre me llevaron a su despacho en contra de mi voluntad.

Está vez no uso la violencia. Agradecí tanto a dios cuando salí de su oficina sin otra herida. Solo que ahora que lo pienso bien, lo hubiera preferido.

Mi padre me amenazó con el futuro de Enjolras. Mi padre trabaja en la corte, y Enjolras es un estudiante de abogacía. Me dijo que si lo volvía a ver, Enjolras pagaría las consecuencias. Se quedaría sin trabajo, sus estudios se suspenderían y que haría cualquier cosa por dejarlo en la calle "con otros muertos de hambre".

No sabe que estoy comprometida.

Después de la discusión, mi padre pidió que alistaran el carruaje y los caballos. Fue un alivio escuchar eso, pues no tendría la presión de estar por encima de mi todo el tiempo con su presencia, por lo menos un par de horas.

Es cierto que pasamos por una crisis, fue grotesco la manera de hacerle referencia. Enjolras y yo fuimos a París, éramos generosos con quién lo necesitaba, tiene un corazón muy noble, esos días me hicieron amarlo aún más y con el tiempo ese sentimiento se agrandó.

Pero ahora, tengo un sirviente que me sigue a todas partes. ¿Qué digo sirviente? Es un guardia.

Cuando le pedí que me dejara sola se negó. Pero pude convencerlo con algo de dinero. Es una pena, sé que lo hacen por necesidad de trabajar, y solo obedecen órdenes para poder alimentar a sus familias. Mi empatía sobre ellos no es equivalente a su trato hacia mi persona, debería dejar de ser tan comprensiva con ellos, pero no puedo dejar de ser amable, no puedo ser ruda.

Pero el raptarme es algo que no perdono.

Miraba la ventana, sentada en el banco bajo esta. Sé a quien espero ver, pero si viene, no sé que hará y tampoco sabré que hacer.

Miraba mis manos, recién limpias y vendadas por mi ama de llaves. No es lo mismo.
No es que no aprecie el trabajo de la ama de llaves, pero no sé sintió igual. Para nada se sintió igual al trato con el que Enjolras me había atendido.

Lleve ambas manos a mi pecho, cómo si estás tuvieran vida y necesitaran un abrazo. Como anhelo guardarlas en mi pecho para no recibir más daño o que no me duelan más...

Me rompí a llorar de nuevo.

Me duele al tocar el piano, una pasión que por lo menos me curaba por unas horas era imposible de tocar ahora mismo.

Me refugiaba en una ventana de lado derecho de la mansión, tenía una vista clara del jardín principal y la enorme escalinata de la casa. Si algo pasaba tendría una posición desde aquí.

—Mi niña... ¿Te encuentras bien? —la ama de llaves me interrumpe mi momento.

No me molesta. No lo hace con ese propósito pero mi desconfianza es mi virtud en este momento y dudo en contarle sin que me pese hacerlo.

La escucho cerca de mi en el estrecho corredor de esta ventana.

Negué con la cabeza sin dejar de mirar los jardines, a los trabajadores y a los guardias, contándolos, interpretando de qué hablan o que parlotean desde aqui.

—¿Sabé que casi todas mis confidentes están comprometidas?— comienzo a hablar. Con una derrota que no me deja en paz—. Todas ellas fueron al baile conmigo esa noche cuando...

Me detuve. Apreté mis labios. El pecho se me cierra y mi respiración deja de circular. No puedo hablar por el llanto que se aproxima. Mi ama de llaves se sienta en el borde del banco, acompañándome en mi desahogo.

𝐇𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞 / 𝐄𝐝𝐝𝐢𝐞 𝐌𝐮𝐧𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora