𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 29

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𝐁𝐞𝐫𝐧𝐚𝐝𝐞𝐭𝐭𝐞

Enjolras baja las escalinatas, parece que no quiere irse aún. Me lo dicen las suelas restallando con el suelo por el arrastre de cada paso.

Está caminado lejos de mí, pero tengo una reconfortante vista de su espalda. Hace frío, no quiero que pase más frío. Enjolras no termina de bajar las escalinatas cuando lo nombró.

—Enjolras — llamo. En voz alta por la larga distancia.

La escalinata se ilumina por la luz expulsada por la puerta de la casa y sus ventanales. Enjolras se da la vuelta y me presta su atención. Su semblante es muy sereno, sus movimientos son lentos y calmados. Me conmueve verlo cansado, pues... Me da a entender que no descanso hasta que yo tuviera la libertad asegurada.

De repente su mirada me intimida, me hace titubear y bajar la mirada con cada sílaba saliendo con

—¿Tienes abrigo? Hace frío y... — titubeo. Me pauso y comienzo a ver mis dedos con

Mi respiración es profunda y constante. No perdí más tiempo y corrí al interior de la casa, dejando a Enjolras con la oración incompleta y posiblemente una enorme duda.

Entre al enorme vestíbulo y revise los percheros colocados a largo de la pared izquierda. Revisaba cuál de mis abrigos puede quedarle, no son corte de dama, los abrigos de hombres suelen ser mucho más cómodos y extensos en cubrir el cuerpo. Tomo mi abrigo y salgo con la prenda colgando de mi antebrazo.

Enjolras me sigue con la mirada mientras bajo las escalinatas a su dirección a la vez que tomaba la falda de mi vestido para evitar tropezar en los escalones. Me detengo frente a él un nivel de escalón más arriba donde se encuentran sus pies, quedando al mismo nivel de altura entre su cara y la mía. Posterior a eso, extiendo el enorme abrigo de lana oscura en el aire con la abertura lista para ampararlo.

—No, Bernadette, no podría...

—Insisto — interrumpo con amabilidad, aún con el abrigo listo para colocárselo—. El frío ahora es insoportable e irás viajando en caballo. No dejaré que vayas así.

—Bernadette — suelta una risa muy floja. Pasa una mano por su cara por el cansancio.

Sé que le avergüenza un poco hacer este escenario en frente de los muchachos. Incluso puedo escuchar cuchicheos y risitas de su parte. Pero supongo que está acostumbrado a tales confianzas.

Es posible que no sea la primera vez que realice este tipo de insistencias.

—Enjolras, estoy hablando enserio — regaño con tono suave.

Muevo el abrigo y lo miro con las cejas alzadas. Él accede y resopla una risita. Enjolras se coloca de espalda ante mi e introduzco sus brazos a las mangas. Se da la vuelta frente a mi sacudiendo las solapas de la abrigadora prenda.

Coloca un pie en el mismo escalón donde estoy yo, flexionando su rodilla y luego me toma de la mano izquierda, siento su pulgar deslizándose de un lado a otro sintiendo mis heridas secas y aproximadas formar costra. Es una agradable y cosquillante sensación que solo él puede provocarme.

—Tendrás que acostumbrarte a mis cuidados, lo siento — digo con voz suave mientras acomodaba sus hombros con mi mano libre de su agarre. Hago una mueca. Fue divertido.

—Ya empiezo a hacerlo — susurra y me ve con una floja sonrisa dibujada en su rostro. Toma mi mano izquierda y lo alza hasta la altura

Las comisuras de sus ojos se arrugan. Sus ojos se entrecierran tanto por la sonrisa y su cansancio sobre los párpados. Unimos nuestras frentes, y comencé a reír un poco. Soy una chiquilla enamorada que está disfrutando hasta el más mínimo contacto. Pero eso a Enjolras no parece molestarle en absoluto.

𝐇𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞 / 𝐄𝐝𝐝𝐢𝐞 𝐌𝐮𝐧𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora