𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 41

555 66 34
                                    

𝐁𝐞𝐫𝐧𝐚𝐝𝐞𝐭𝐭𝐞

El establo emanaba un calor muy confortante en el interior. Después de un largo y oscuro invierno, los caballos al fin tenían el calor que desde hace meses habían rogado. La primavera llego, y abrazo todo árbol, flor y planta en el lugar. Estaba leyendo por encima de la valla que separaba los caballos. Solo tenemos dos, pero me hacen una buena compañía. Me había tomado la libertad de una semana libre del trabajo por temas médicos. Hace unos días que comencé con ese pequeño descanso.

La yegua a mi lado se acercó, le gusta que le acaricie por detrás de las orejas, y cuando dejo de hacerlo, acerca más su cabeza para que lo vuelva a hacer. Cierro mi libro y bajo con cuidado de la valla y atiendo su capricho. Lo hago porque sé que en su condición sería muy bueno consentirla. Sabe que mis uñas han crecido y saca buen provecho de ella. es una yegua hermosa, la obtuvimos tiempo después de tener a Errol, el caballo que vino con la carreta cuando nos mudamos aquí, cuando un granjero que no sabía qué hacer con ella debido a la crisis que hay en el país. Decidí comprársela sin consultarle a Enjolras. Ya sabrían la cara que puso cuando llegue con ella a casa.

—Tenemos otra cosa en común además de los hocicos grandes. ¿No lo crees? –murmuro bromeándole a la yegua. Está embarazada

Y el libro que estaba leyendo era precisamente de medicina, quería informarme todo acerca de lo que mi cuerpo puede o no hacer, debía tener mucho cuidado. Enjolras no lo sabe, aun no tengo planeado decírselo, ya que conociéndolo muy bien, me pedirá que me quede en casa todo el tiempo posible. Eso no es lo mío. Adoro mi empleo, y él me apoya mucho, de hecho, lo dudo un poco cuando le dije que conseguí un empleo como pianista en un restaurante, llevo ahí casi un año, poco después de haberme casado.

Dejé consentir a la yegua y me dispuse en salir del establo, no sin antes estar segura de cuando necesitaran otra limpieza y de que tengan comida. Salí del establo y caminé por el jardín trasero hacia casa, entre y aún no ha llegado Enjolras. Dejé el libro en su estudio y me fui a la cocina, tenía hambre y quería algo muy dulce. Me había acabado los macaroons que ayer me trajo Enjolras. No había nada más que manzanas y fruta, tuve que conformarme con eso. Salí al pórtico de la casa y me senté en los escalones comiendo de mi fruta, esperando a que Enjolras llegara al otro lado de la valla y poder recibirlo.

Divise a un hombrecillo por el otro lado de la valla blanca. Me coloque de pie y tire los restos de la fruta en los rosales blancos que Enjolras había plantado para mí, sin que los residuos se notaran. Camine por el sendero hacia la entrada, Enjolras ya había cruzado la valla y me sonreía desde lejos, note que me miraba extraño y sostenía una bolsa en la mano de buen peso. La cadenilla del reloj colgaba desde el bolsillo de su saco. Supongo que aún le parece raro que ya no corra hacia a él, pero no me cuestiona, lo que es un alivio ya que mentirle a Enjolras es como detener la lluvia con las manos; imposible. Incluso puedo admitir que sospecha de algo.

—¿Cómo estas hoy, florecita? –me saludo con mucha tranquilidad, pero suavidad. Una sonrisa me recibe y yo no pude evitar sonrojarme por el apodo que me ha puesto. Me ofrece su brazo y lo tomo con mucho gusto.

Sucedió un día en que llegue a casa del trabajo con la cabeza repleta de flores, me vio pasar por la puerta de su estudio donde se encontraba y me llamo desde el escritorio con voz alta y cantarina.

Florecita

Mi entrecejo se arrugo y me dio algo de gracia, por días estuvo serio por la cantidad de trabajo que le encargaron esos días, por lo que me sentí aliviada de recibir su buena gracia, al menos lo escuché reírse y ese día fue de gané. Desde entonces se le quedo decirme así.

𝐇𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐫𝐭𝐞 / 𝐄𝐝𝐝𝐢𝐞 𝐌𝐮𝐧𝐬𝐨𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora