11, Segunda Parte

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Uff...capítulo pesado, pero necesario para el inicio del desastre.

¡Muchas gracias por todo el apoyo!

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Capítulo 11, Segunda Parte

Como Aemond ya sabía, la muerte formaba parte de la vida y en ese momento, en medio de aquel salón de piedra casi en penumbras, frío y húmedo, los engranajes de esa vida se movían y giraban a mayor velocidad y con más violencia de la habitual dándole a entender que aquello sólo era el comienzo de una seguidilla de desgracias.

La madrugada se volvía cada vez más fría conforme pasaban los minutos y estos, luego, se transformaban en horas interminables; Aemond mantenía sus manos entrelazadas en la parte posterior de su espalda, los dedos congelados y un tanto entumecidos por las bajas temperaturas de aquella sala. Incluso vio cierto vapor cálido surgir de la respiración de uno de sus soldados a un par de metros de distancia, la mirada del hombre clavada en el suelo tosco y oscuro.

De pie en la parte lateral del recinto, Aemond observaba de lejos el cuerpo de su hermano mayor, recostado sobre una mesa de piedra; estaba desnudo y aunque una tela delicada tapaba gran parte de su torso y piernas, las quemaduras que aún parecían recientes resaltaban rodeadas de la piel blanca, pálida y sin imperfecciones. Su rostro se encontraba sereno y sus cabellos rubios pulcramente peinados hacia atrás.

La corona de Aegon el conquistador descansaba sobre su torso, fría y pesada. El rubí rojo parecía brillar con la luz de las antorchas y mientras Aemond fijaba su mirada en él, éste parecía a su vez estar observándolo, solamente a él.

Aemond estaba rodeado de tres o cuatro soldados y dos maestres; la sala se encontraba en silencio, tal y como si cualquier tipo de ruido pudiese convertirse en una falta de respeto o en una interrupción para del descanso de su hermano. Aemond sabía, después de todo, que aquellas personas en realidad aguardaban algún tipo de directiva.

— No quiero que las Hermanas Silenciosas preparen nada, por el momento.— su voz suave y apagada retumbó en la estancia, su único ojo aún fijo en la corona.— Sólo se harán cargo del cuerpo los maestres.

—Sí, mi príncipe.

—Tampoco permito que nadie más ingrese a este recinto. Sólo mi madre y mi hermana.

— Disculpe, mi príncipe.

Uno de los maestres más ancianos se aproximó a él desde la mesa donde se encontraba el cuerpo de Aegon, sus pasos irregulares y lentos, su torso encorvados haciendo resonar las cadenas pesadas que pendían de su cuello en medio de su andar; Aemond aguardó a que el hombre llegara a su posición, una mano huesuda y llena de arrugas intentando asirse de su brazo; Aemond desenredó sus dedos entumecidos y le ofreció el antebrazo al maestre, temiendo una posible caída por la inestabilidad que le daban ya todos los años que llevaba encima.

La mano delgada se aferró a su chaqueta de cuero oscuro y Aemond sintió la presión desmedida incluso bajo su propia piel, tal y como si aquel viejo se estuviese aferrando a la vida como no lo había hecho su hermano mayor.

— Mi príncipe, hay ciertas...cuestiones que deberíamos discutir a continuación.— el anciano carraspeó y luego tosió, sus dedos cerrándose en torno a la muñeca de Aemond.— Debería llamar al Consejo ahora. Como Regente.

— Como sucesor al trono, en todo caso.

Otra voz llamó la atención de todos los presentes dentro de la sala. Aemond volteó hacia la puerta que momentos antes había permanecido cerrada; las punzadas en su cabeza— las cuales habían comenzado poco después de que su madre Alicent llegara a la recámara de su hijo y comenzara a llorar por su pérdida — se intensificaron al ver a Criston Cole de pie, armadura y espada en su lugar y listas. Ambos se observaron en silencio sin prestar atención al resto, la conversación muda desarrollándose en el aire.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora