— Mamá, ya te he dicho que estoy bien. No estoy herido.
— No voy a creerlo hasta que no lo vea con mis propios ojos.
— Pero si...
Lucerys contuvo el resoplido que pugnaba por escapar de su garganta cuando su madre Rhaenyra se aproximó a su posición por quinta o sexta vez en, tal vez...unos diez minutos; rodó los ojos cuando la mujer se agachó hasta su altura mientras revisaba sus manos y palpaba sus brazos antes de que sus miradas se encontraran. Había alcanzado a cambiarse la ropa completamente empapada apenas había logrado llegar a Rocadragón y esa había sido quizás la primera inspección en busca de alguna herida no visible a simple vista — en la que Daemon había participado de lejos y Rhaenyra, desde muy cerca — mientras reemplazaba lo mojado por lo seco, su piel expuesta al escrutinio ajeno.
Pese a que la gran sala de aquel castillo se encontraba vastamente iluminada y el fuego encendido del hogar llameaba con intensidad, lo único que calmaba el frío que calaba los huesos de Lucerys era el calor de las manos de su madre sobre las suyas, sobre su rostro. Pese a las altas horas de la noche, el silencio solo interrumpido por el crepitar agradable del fuego y la soledad que los envolvía a los tres, Lucerys se sentía de alguna manera contenido por la seguridad de su madre y de su padrastro.
Aún cuando en sus manos persistía un débil temblor fino que intentaba ocultar pero que se resistía a abandonarlo.
— Lo siento, mamá.
Rhaenyra levantó la mirada de su torso aún con sus manos palpando su cuerpo en busca de una herida que lo hiciera saltar; ya había visto por cuenta propia que no tenía el más mínimo rasguño pero aún así, al igual que él, la mujer parecía no poder quitarse el susto de encima.
— ¿Por qué te disculpas, mi dulce niño?
Sus manos cálidas acunaron su rostro y sus ojos volvieron a encontrarse. Pese a mantener una expresión apacible y apenas una sonrisa levantando la comisura de sus labios, Lucerys conocía demasiado bien a su madre como para detectar la cantidad de emociones que surcaban sus ojos claros, su ceño levemente fruncido. Nuevamente, sintió el aroma dulzón de la mujer fluyendo hasta su nariz y al inhalarlo, logró calmarse un poco más antes de que la crisis lo hiciera sucumbir. Otra vez.
— Te he fallado. No he conseguido el apoyo de los Baratheon.
Su madre chasqueó la lengua y su sonrisa se expandió un poco más, el brillo del alivio llegando a sus ojos mientras negaba con la cabeza. Peinándolo con los dedos, depositó uno, dos besos en su frente aún fría.
— No importa, Luke. Eso no importa ahora. Lo importante es...
— ¡Claro que importa!.— Producto de los nervios, Lucerys levantó la voz y su grito resonó en la sala. Con cierto resquemor, echó un vistazo hacia donde se encontraba su padrastro, de pie contemplando el fuego y dándoles la espalda.— Si no importara, no me habrías enviado allí. Te fallé.
—Lo importante es.— prosiguió su madre alzando las cejas y dándole una mirada significativa por la interrupción.— que has vuelto sano y salvo. Es todo lo que una madre podría pedir.
— Pero...
— Pero nada.
Aquellas manos amorosas acariciaron de nuevo su cabeza y su rostro mientras Lucerys intentaba organizar sus ideas, la mezcla de frustración y miedo aún nublándole el juicio. Había logrado salir de la fortaleza y Arrax, fiel a su costumbre ansiosa, lo había estado aguardando fuera en un reflejo claro de la intranquilidad que su jinete había experimentado dentro del lugar y que no había hecho otra cosa que incrementarse con cada paso que daba. Montar a Arrax había sido un desafío porque la lluvia casi no le permitía ver bien cómo se estaba acomodando pero, por suerte para él, el dragón sí parecía distinguir algo en semejante aguacero cuando emprendió el vuelo, pesado y dificultoso.
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Tóxico [Lucemond]
Lãng mạnLucerys Velaryon esperaba encontrarse en cualquier situación peligrosa...pero no en aquel tipo de problema, menos con su tío Aemond. Omegaverse, R+18