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Como la rueda de madera que hacía girar un molino gracias a la corriente de agua, las batallas por todo el territorio de Poniente se habían detenido momentáneamente durante un lapso indeterminado de tiempo tal y como si el agua del río se hubiese secado completamente, la rueda inerte y silenciosa. Por supuesto, era una tranquilidad tensa y sospechosa que no había engañado a nadie, ni siquiera al más ignorante en toda aquella guerra que afectaba a muchos pero que involucraba sólo a unos pocos.

Los distintos puntos estratégicos ocupados por los dos bandos habían permanecido impasibles durante días a la espera de órdenes que no llegaban y la incertidumbre crecía conforme las horas y los días pasaban sin noticia alguna. ¿Algún miembro de alguno de los dos bandos había muerto, había sido de ambos? Ya para esas alturas se conocía sobre el deceso del rey Aegon II y la coronación de su hermano menor, Aemond, como rey de los Siete Reinos. Se conocía también sobre el cambio de ubicación de la capital - medida tomada por el bando Verde - y la invasión a Desembarco del Rey por parte del bando Negro. También se corrían rumores - que se exparcían más rápido que las cenizas en el viento - de la llegada del ejército del Norte en pos de defender los intereses de la reina Rhaenyra, líder del bando Negro.

Entonces, ¿cómo era posible que todo se mantuviera en semejante estado de quietud y calma, cuando la guerra parecía alcanzar su punto más álgido?

La respuesta se dio una mañana especialmente fría, pero despejada. Los ejércitos del bando Verde se habían movilizado y reagrupado de tal manera que presentaban un frente unido y prácticamente infranqueable entre el centro y el sur de Poniente, casi como si los soldados y todo lo que trasladaban con ellos se hubiese transformado en una especie de muro imposible de atravesar.

Por supuesto, con la movida habían surgido todo tipo de disputas, menores y mayores; por un lado, las distintas facciones del ejército se habían visto en la obligación de invadir territorios que no pertenecían al bando de los Verdes o que simplemente eran propiedad de familias que no habían tomado un bando en específico y con ello, se desataron varias batallas territoriales por la posta del sitio. Después, estaban los ataques intencionados que surgían desde el bando Negro en un intento por desestabilizar aquella muralla sospechosa que no les permitía avanzar hacia el sur del reino y que se había cobrado unas cuantas muertes de un lado y del otro. Las trifulcas eran encarnizadas y los resultados, más sanguinarios que los anteriores a la extraña quietud que habían vivido por unas semanas.

La rueda del molino había comenzado a moverse de nuevo, ahora de manera rápida y siniestra, el agua caudalosa azotando la madera de sus elementos de forma violenta.

Aún así y por las noticias que llegaban un poco más al sur, algo extraño se desarrollaba en torno a aquel muro de contención humana que abarcaba kilómetros y kilómetros de personas, caballos y armas. La barricada se hallaba más o menos a la altura de Bitterbridge, desde Old Oak hasta Feldwood. Cortando el paso de varias carreteras de transporte importantes entre Desembarco del Rey y el sur de Poniente, la información no pasaba de un lado al otro tal y como si todas las conexiones - terrestres y aéreas - hubiesen desaparecido de repente detrás de un campo invisible que les impedía trasladarse.

Así, para el sur era imposible conocer qué sucedía en Desembarco del Rey y en el Norte y para estos, lo que ocurría en el sur de Poniente. Era la primera vez que se encontraban en tal situación de incomunicación prácticamente total y aquello no sólo empeoraba el ambiente de tensión y la sensación de incertidumbre en la población sino que a su vez dificultaba el traslado de materias primas en una época tan inhóspita e inclemente como lo era el invierno.

Sin embargo, aquello no era lo único extraño y llamativo que circulaba en torno a la división de territorios creada por los ejércitos aliados a los Verdes. El número de soldados que integraba sus fuerzas era vasto, enorme, pero no lo suficiente para que pudiesen cubrir semejante extensión de territorio por cuenta propia; se trataba de cientos y cientos de kilómetros cuidadosamente custodiados que, en algún sendero, en algún pueblo o villa apartada, debía de dejar brechas y atajos para el ejército enemigo porque era literalmente imposible que no fuera así.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora