8

19.3K 1.5K 426
                                    

Procurando relajarse, Lucerys se recostó totalmente sobre la piel de visón cuando vio a Aemond apoyar una rodilla sobre el colchón que se hundió bajo su peso, comprendiendo sus intenciones; rápidamente, el Alfa gateó sobre él al tiempo que Lucerys le hacía espacio entre sus piernas, acomodándolo y atrayéndolo con los talones. Ambos se sonrieron antes de que sus labios volvieron a juntarse en un beso más tranquilo y pausado, afectuoso.

Las manos de los dos viajaban por toda la extensión de piel que pudieran tocar del otro, aún cuando en esos momentos parecía ser escasa; los dedos de Lucerys se hundieron en la espalda de Aemond cuando éste abandonó sus labios y comenzó el ya familiar camino hacia su cuello, los labios que besaban siendo reemplazados por los dientes que arañaban su piel sin lastimarlo, por la lengua cálida y húmeda que lo recorría sin pudor y le generaba escalofríos.

— Tu olor me vuelve loco.— farfulló el Alfa contra su hombro, mordisqueando ahora su clavícula.— Quiero marcarte.

— Hazlo.

Aquella risilla burlona se dejó oír contra su piel, la respiración caliente golpeando ahora aquel sector tan sensible de su torso; mientras Lucerys sentía las mejillas arder, cerró los ojos entregándose al efecto tan placentero de sentir la boca de Aemond de nuevo sobre su pezón ya maltratado. Al tiempo que los labios presionaban, los dientes rozaban algún punto específico que enviaba una corriente vivaz y gratificante por todo su cuerpo, especialmente hacia su entrepierna, la lengua haciéndose cargo luego de intensificar la sensación. Lucerys apenas separó los párpados para ver a Aemond ensañarse con aquel lugar de su anatomía.

La idea súbita y disparatada de que podría tal vez, en un futuro lejano o cercano, amamantar al hijo que tuviera con Aemond lo desequilibró totalmente, un sentimiento nuevo surgiendo en su mente hasta ese momento desconocido pero fuerte e imposible de hacer a un lado. Al percatarse de lo que había pensado se sonrojó aún más, avergonzado; luego se consoló a sí mismo al saber que aquella podía ser una actitud natural en un Omega que ya estaba más que listo para reproducirse, y la idea de hacerlo con Aemond era tan peligrosa como atractiva.

— ¿En qué piensas cuando me miras así?

Lucerys parpadeó al percatarse de que Aemond lo observaba, el mentón apoyado sobre su torso y sus dedos haciendo parte del trabajo que antes realizaba su boca; al sentirse descubierto y totalmente expuesto, el calor de sus mejillas aumentó drásticamente, la sonrisa del Alfa ensanchándose a medida que Lucerys percibía el sonrojo en su rostro creciendo cada vez más. Apoyado en los codos para verlo mejor, los labios de Lucerys temblaron sutilmente, atrapado.

— ¿En qué crees que estoy pensando?

Suspiró un poco más aliviado cuando Aemond arqueó una ceja y luego desvió la mirada sin responder, sus labios de nuevo entreteniéndose con su piel, ahora en el abdomen. Mientras un escalofrío recorría toda su piel, Lucerys se recostó de nuevo y suspiró hondamente; una de las manos de Aemond buscó la suya y sus dedos se entrelazaron, el gesto afectuoso despertando aquella sensación grata ya casi olvidada volviendo a su mente y a su corazón.

— Si tengo que arriesgarme...diría que quieres que te haga un bebé.

Lucerys abrió los ojos, su mirada en el techo. Rápidamente se levantó apoyándose de nuevo en los codos; Aemond había llegado a la parte baja de su vientre y para mayor bochorno, Lucerys lo vio en el instante en el que dejaba un rastro de besos allí, en aquella zona. El Omega mordió su labio inferior sin poder apartar la mirada en una mezcla de pena por saberse descubierto y de expectativa por conocer qué pensaba Aemond al respecto. Tenía muy claro que aquello no era un deseo del todo racional, pero pensarlo y fantasear con ello no le hacía mal a nadie.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora