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Luego de una travesía bastante larga y fastidiosa, Cregan Stark finalmente había dado con la ubicación de Daemon en el palacio de Desembarco del Rey. Aquel castillo no sólo era enorme sino que para colmo estaba lleno de escaleras y corredores que daban a lugares sin sentido o sin importancia para Cregan. A eso, tenía que sumarle el ambiente hostil y tenso que había ido creciendo conforme los días y las semanas habían transcurrido en una quietud extraña y sospechosa considerando que, en teoría, estaban en medio de una guerra.

Cregan no era tonto y sabía leer bastante bien las situaciones y las emociones de las personas, incluso en una persona cerrada e insondable como Daemon. Luego del exabrupto que había cometido por culpa de sus impulsos, el fastidio inicial que había generado en el bando de los Negros se había ido transformando en un sentimiento parecido a la pena, a la congoja. A la angustia. Cregan no sólo lo percibía en las personas que habitaban el castillo sino que incluso hasta podía olfatearlo en el ambiente. Después de la inactividad inicial que había surgido al darse el ataque a Aemond, la rueda que movía el destino había comenzado a girar de nuevo, lentamente, pero a girar al fin.

Daemon había planteado escenarios catastróficos, incluso siniestros con respecto a la actitud que tomaría ahora el nuevo rey usurpador, todos pensamientos impulsados y provocados mayormente por el desasosiego que experimentaba Rhaenyra. Habían considerado la posibilidad de un ataque directo del ejército de los Verdes desde el sur o del mismo Aemond, aún desconociendo exactamente qué tipo de gravedad poseían realmente las heridas infringidas días atrás.

Sin embargo, los sucesos los sorprendieron y confundieron al punto de la desorientación cuando, en efecto, el ejército al entero de los Verdes se había reagrupado en el sur del territorio de Poniente pero no de manera ofensiva, sino defensiva. Habían creado literalmente un muro que dividía el centro de Poniente del sur, aislando a uno y otro, respectivamente. No habían intentado ningún tipo de ataque y sólo se habían apostado allí, inmóviles y a la espera de órdenes que ya no sabían exactamente de dónde provenían. En un principio, Cregan había sopesado la posibilidad de que, ante la ausencia de Aemond y de forma temporal, Aegon había vuelto a tomar el control de la situación. Sin embargo, lo descartó rápidamente al recordar la manera en la que aquel sujeto se había manejado con anterioridad; si se hubiera tratado de Aegon, probablemente hubiese reagrupado al ejército pero para atacar directamente a Desembarco del Rey, no para crear una muralla que separaba los territorios.

Y al pensar en ello, en el muro de contención que los soldados habían creado, se percató de qué era lo que estaban protegiendo. Se dio cuenta, por los informes de los distintos informantes de su lado de la línea de soldados que abarcaba cientos de kilómetros, que el punto más denso de guerreros del bando enemigo se reunían, casualmente, a kilómetros de Altojardín.

Para Cregan estaba más que claro y creía que para Daemon, internamente, también: la orden venía de Aemond y su objetivo no era atacar ni defenderse a sí mismo, sino la de enviar un mensaje claro y contundente: ante el mínimo atisbo de traición al pacto de palabra que habían realizado Aemond y Rhaenyra, el que realmente pagaba las consecuencias era Lucerys, ahora completamente aislado del otro lado del ejército Verde.

Por supuesto, las discusiones con respecto a la falta de acción temprana no se habían hecho esperar; Rhaenyra acusaba a Daemon por haber aguardado algún tipo de movimiento por parte de Daemon - cuando había sido ella misma quien había evitado cualquier tipo de acción, temerosa de las consecuencias por su hijo - y Daemon le recriminaba que habían hecho lo correcto y que sabía - sabían, por los informantes antes de que aquel muro se levantara - que en Altojardín había dragones y que desconocían el número y qué ordenes exactas tenían ante una posible aproximación de su parte.

Ambos tenían razón y para Cregan era difícil establecer un curso de acción, sobre todo al ser testigo de cuánto afectaba a Daemon y a Rhaenyra el tema de Lucerys. Era más que evidente el cariño que le tenían y la ilusión que ambos se habían hecho ante la posibilidad de volver a reunirse con él. Aquello sólo había aumentado su sentimiento de culpa hasta el punto de volverse insoportable porque, de hecho, aquello era su culpa.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora