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Por mucho esfuerzo que pusiera, Aemond era incapaz de separar los párpados y apreciar, al menos mínimamente, qué mierda era lo que estaba sucediendo. Su cerebro se encontraba completamente obnubilado por la confusión y el dolor, impidiéndole pensar con claridad. Se hallaba tan aturdido que, cuando lograba un resquicio de visión a través de una rendija entre sus párpados, todo era borroso, sin forma y sin sentido alguno para él.

No sólo su visión era nefasta, sino también su audición y la posición en la que se hallaba. Escuchaba los sonidos que lo rodeaban de forma amortiguada, casi como si se encontrara bajo el agua; podía distinguir gritos de lucha, alaridos de dolor y ruidos sordos y bruscos a su alrededor. El Alfa sabía que eran intensos y de un volumen muy elevado, más su mente los registraba lejanos, ajenos a él. Poco a poco y con el paso de los segundos, comprendió que estaba en el suelo. La comprensión de la situación real en la que estaba le llegó demasiado clara cuando intentó moverse hacia un lado, el dolor lacerante en el costado de su torso cortándole la respiración.

Lo habían herido y había caído al suelo. Estaba tumbado boca arriba y lo poco que veía sobre él, era el cielo despejado.

Lentamente, movió sus manos; las palmas y las yemas de sus dedos acariciaron el césped frío y húmedo del rocío en un roce suave, casi insensible. Inhalando profundamente, el dolor volvió a apuñalar el costado de su cuerpo y su respiración se volvió más superficial, más imperceptible. Ahora que la conciencia volvía paulatinamente a su ser, otras sensaciones que no había registrado en una primera instancia se hicieron intensamente presentes en él.

Algo caliente, un líquido resbaladizo corría por su rostro hacia su cuello. Lo sentía incluso goteando en su oreja izquierda sobre el césped bajo él en una letanía extraña, casi impropiamente relajante. Estaba sangrando, eso que goteaba, esa sensación cálida que recorría su rostro era sangre. Claro, Aemond había visto venir la flecha pero no había podido esquivarla.

Ese era el ataque que lo había tumbado en el suelo, no el de su torso.

Cerrando su ojo bueno, Aemond sintió aún más dolor. Aquella sensación desagradable al mover el globo ocular se intensificó y fue la chispa que necesitaba para despertar su mente del todo; con cierto temor, levantó el brazo izquierdo con cautela y estiró la mano hacia su rostro. La punta de sus dedos dieron con algo sólido en el camino.

La flecha.

La maldita flecha aún seguía incrustada en su cara.

Nervioso, se debatió mentalmente qué hacer a continuación. ¿Dónde estaba enterrada la punta de la flecha, podría sacarla sin mayores inconvenientes?

¿Cómo es que seguía con vida si aquello había impactado certeramente en su cabeza?¿El flechazo no tendría que haberlo liquidado del todo en un instante?

Conteniendo la respiración, decidió inspeccionar mediante el tacto qué tan desastrosa era la situación. Sus dedos recorrieron la flecha hasta su rostro y, al alcanzar lo que debió ser su piel, el contacto del cuero confundió otra vez a Aemond hasta que el entendimiento le hizo unir las piezas de aquel rompecabezas confuso.

La flecha había impactado sobre la cuenca izquierda, aquella en donde ya no tenía el ojo. El parche había quedado en medio como amortiguador del golpe, y lo que le estaba doliendo bajo el cuero no era solamente el filo de la flecha sobre su rostro. Era la piedra.

El zafiro se había roto. Cuando su ojo derecho se movía, los músculos que quedaban en la cuenca izquierda también lo hacían por inercia, los restos de la gema moviéndose en su interior. Volvió a cerrar los párpados y el dolor volvió a intensificarse. Fue en ese momento en el que notó que aquella extraña sensación era superficial; el parche y el zafiro le habían salvado la vida literalmente y la flecha probablemente le había lacerado el párpado y parte de la mejilla izquierda.

Tóxico [Lucemond]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora