Tóxico [Lucemond]

35

— Nunca creí decir esto, pero no sé realmente quién de nosotros tres va a vomitar primero.

Al oír la voz de Villin a sus espaldas soltando aquella frase en un tono que distaba de ser bromista, Lucerys inhaló profundamente al percibir como su estómago se contraía con mayor fuerza que antes. Cerrando los ojos, procuró serenarse mientras oía el rugido ronco de Vhagar a la distancia, también a sus espaldas; al separar los párpados otra vez, vio a Daemon unos metros por delante suyo, las manos entrecruzadas al tiempo que su mirada iba alternándose entre Lucerys y Villin, la expresión preocupada instalada allí.

Pero Lucerys no sabía exactamente si estaba preocupado por él, por lo de Jacaerys, por su madre o por Aemond siendo incapaz de controlar los nervios de Vhagar.

— Por los Dioses, malditos sean todos y cada uno. ¿Ninguno de ustedes se marea cuando se sube a esos bichos?

— No.

El que había respondido había sido Daemon; Lucerys se limitó a negar con la cabeza mientras oía los pasos de Aemond a la distancia, aproximándose.

Y no quería voltear a verlo, porque sabía que hacer contacto visual con el Alfa iba a desencadenar su descompostura.

Hacía poco menos de media hora que habían llegado finalmente a Desembarco del Rey, después de varios contratiempos y discusiones de por medio; en resumidas cuentas y pese a no haber vivido una primera buena experiencia, Villin había aceptado a regañadientes subirse a un dragón de nuevo para viajar hasta Desembarco porque hacerlo a caballo iba a costarle demasiado tiempo, aún cuando Duskendale no estaba tan lejos de allí. El hombre se había tomado bastante en serio su misión de guardaespaldas para con ambos, pero Lucerys sospechaba que, en el fondo, la cuestión radicaba más en la posible frustración de perderse el evento que en un verdadero peligro.

El problema ya había arrancado desde allí, incluso desde antes que Lucerys terminara de discutir la cuestión de Jacaerys y Aegon con Daemon; cuando el Omega había puesto su foco de atención en Aemond nuevamente, lo había descubierto discutiendo con Villin en el exterior de la fortaleza, desacuerdo que había comenzado con resoplidos y murmullos pero que había escalado a los gritos en un tiempo récord. Con vergüenza, Lucerys tuvo que ser testigo - y Daemon también, silencioso pero demasiado presente a su lado - de como Aemond le reclamaba a Villin que si su deseo era viajar a Desembarco, nadie se lo impediría, más no lo haría sobre el lomo de Arrax. Como Villin se negaba también a montar sobre Vhagar, la pelea se había vuelto un círculo vicioso de improperios y amenazas porque, llegados a ese punto, Villin ya no intentaba razonar con Aemond sobre una cuestión que era, de buenas a primeras, una estupidez.

Por suerte - o por desgracia - Daemon había terminado perdiendo la paciencia y le había sugerido a Villin, amablemente y con una cordialidad sospechosa y peligrosa, que subiera con él sobre Caraxes, una opción que al hombre no parecía agradarle del todo pero que terminó convenciendo a Aemond. Lucerys estaba seguro de que Villin, en una ingenuidad sólo fomentada por la ignorancia, creía que todos los dragones volaban de la misma manera y al mismo ritmo, por lo que había subido un poco más confiado al lomo de Caraxes y con menos resquemores que cuando se había montado en Arrax, hecho que cambió radicalmente en cuanto Daemon le demostró que su dragón era capaz de convertirse, de un momento a otro, en contorsionista.

De ahí provenía probablemente la descompostura del hombre que no había hecho otra cosa más que gritar improperios hacia Daemon, los dragones, ellos mismos y los antepasados de todo el reino; había descendido de Caraxes pálido y sudoroso sosteniéndose el estómago, amenazante, más oírlo hablar, aún cuando estuviese aún molesto, le indicaba a Lucerys que el verdadero peligro para Villin ya había pasado.