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¿Cómo explicar que vivía en una mentira? Mi realidad no estaba conformada por nada más que una falsa percepción de lo que mi mente ansiosa y depresiva consideraba real. La verdad era que no podía confiar en mi propia mente, cada vez que lo hacía algo salía tremendamente mal y volvía al mismo punto.

La perspectiva que tenía estaba consumiéndome y no era beneficiosa. Quería arrancarla de mi corazón, de mi cerebro, pero no era un tarea tan sencilla. 

Parte del jodido proceso para estabilizar mi cerebro era la psicoterapia, bien, eso no estaba tan mal... Podía lidiar con ello, y aunque fuera poco ético, mi madre tomaba las riendas en estos asuntos. Con ella me sentía un poco más a salvo de lo que me sentiría con alguien más; sin embargo, Gouhin siempre permanecía cercano a la situación.
Pero la otra puta parte... La maldita Buspirona. Odiaba los ansiolíticos. Odiaba los efectos secundarios que condenaban mi cuerpo a las náuseas, mareos, migrañas y fatigas. No quería sentirme así, tan mareada que la vida me pesaba mucho más. 

Sentía que los medicamentos arruinaban todo en vez de enmendarlo. 

—¿Estás bien?

Abrí mis ojos, parecía haber regresado de un espacio totalmente vacío, donde no existía nada, excepto yo y la náuseas de las drogas. Ante mí se encontraba aquel ciervo rojo, borroso en mi mirar, no podía distinguir bien.

—Si... Estoy cansada...—Mis ojos se cerraban nuevamente, estaba agotada.

—Duerme—su voz sonaba suave y tranquila, su mano acariciando mi pelaje me hacía perder el foco—. Te veré más tarde.

Él era tan dulce... A veces era como la miel.

Cuando abrí mis ojos nuevamente, no había rastro de él. Estaba tendida en el sofá, con una manta cálida, las persianas cerradas y las luces tenues. El reloj marcaba las 5:30 PM, había dormido tres horas, y ya casi era hora de tomar la Buspirona.

Bostecé mientras me levantaba, escuchaba ruidos en la cocina y esa fue mi siguiente parada.

—Hola...—Bostecé al entrar por la puerta.

—Hola, dormilona—mamá sonreía risueña como de costumbre—. Justo a tiempo, ya casi está la comida.

Me senté frente a la península, recostándome un poco sobre ella, aún tenía tanto sueño...

—Louis se fue mientras dormías, pero te dejó un regalo—papá preparaba la mesa mientras mamá servía la comida—. Lo tendrás después de comer, como postre.

Asentí suavemente, no tenía ninguna objeción. A veces ni siquiera podía pensar, me sentía tan vacía, aturdida y confundida... Que muchas veces solo asentía sin escuchar a lo que me decían.

—¿Quieres ir a la escuela el lunes? Puedes tomar unos días de descanso, hablaremos con el director—la osa mayor colocaba la comida frente a mí, sus expresivos ojos me miraban con amor y angustia.

—No puedo huir para siempre. Estoy cansada de huir—miraba mis manos, grandes y monstruosas, con largas uñas afiladas, mientras recordando tantas cosas—. Quiero ir. Nada puede ser tan malo.

—Si eso es lo que quieres, así será.

Ojalá no hubiera ido a clases ese día.

Después de comer tuve que tomar la Buspirona, era cosa de dos veces al día... Mientras los efectos de dicho ansiolítico calmaban los síntomas de mi ansiedad, comía un rico pastel de limón que Louis había dejado para mí.

Todo con respecto a él parecía volver a la normalidad, tal y como éramos antes del asesinato de Tem... Y eso me aliviaba. Pero aún teníamos que resolver dicho asunto.

Not Like You | BeastarsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora