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Siento que la paz me invade a mediada que avanzo con mi Jeep por la entrada al aparcamiento de nuestra pequeña mansión. El coche de Jisung está aparcado donde siempre, con el maletero abierto. Me paro al lado de su Mini, salgo y observo el sucio vehículo. La pintura amarilla está cubierta de polvo, mate, vieja.

Jisung aparece en la puerta principal, su paso vacila al verme junto al coche. Me tomo mi tiempo para admirarlo. Sigue pareciendo recién follado.

—Nene—digo, mi tono de voz automáticamente grave.

Nunca me canso de él.

Baja la escalera mientras me mira fijamente hasta llegar junto al maletero del coche. Se inclina hacia el interior haciendo resaltar la curva de su trasero y saca una bolsa de Lotte Mart.

—Deja la bolsa en el suelo.

—No seas tan exigente.

Finge un suspiro y gira sobre su talones, meneando el culo al subir cada uno de los peldaños con la bolsa colgando de los dedos.

—Tengo que dar de comer a nuestros hijos.

—Y yo tengo necesidades, cariño—le digo mientras voy tras él—¡Jisung!

Oigo su risa mientras desaparece por la puerta, y cuando llega a la cocina me la encuentro de pie, con la bolsa en el suelo. Sonrío mientras levanta una ceja con descaro y me enseña dos tarros de mantequilla de cacahuete.

Joder, desde que nacieron los mellizos tengo que controlar dónde puedo pillarlo.

—Tienes que hablar con Sana.—La frase de Sana me llega de algún lugar.

Me burlo. No. ni pensarlo, porque sé perfectamente de lo que quiere hablar mi hija de nueve años.

—No voy a pasar por eso otra vez, Jisung. Y punto.

—Tienes que aprender a tratar con ella antes de que se divorcie de nosotros.

—Sé cómo tratar con ella—refunfuño indignado.

—Encerrarla en su cuarto no es saber tratar con ella.

Frunzo el ceño.

—No exageres.

Jisung niega la cabeza mientras ríe.

—El otro día la amenazaste con hacerlo.

No me puedo creer que tenga que volver a explicarme por enésima vez.

—Jisung, llevaba una falda más corta que una braga. Y ¿piensa ir a la fiesta del colegio con eso puesto?. Ni hablar. Por encima de mi cadáver.

Mi esposa pone los ojos en blanco.

—No eran para tanto.

—¡Tiene nueve años!.

—Era solo una falda normal.

—Si normal te refieres a que se le vea media pierna, no se a que te refieres con ello. Además se está convirtiendo en un auténtico dolor de cabeza.

—Te estás pasando, Minho.

—Jisung, cuando la recogí la semana pasada, un pequeño pervertido casi se le echó encima mientras venía desde la puerta del colegio hasta el coche.

Solo recordar el incidente hace que me hierva la sangre. Si no hubiera habido un guardia de tráfico que me hizo moverme del área de aparcamiento restringida, habría salido del coche y cruzado la calle a la velocidad de la luz.

Jisung me sonríe burlón.

—¿Un pequeño pervertido?

—Sí, tuvo suerte de que no le metiera la cabeza en un cubo de basura para que no se comiera con los ojos a mi hija.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora