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—¿Sí?

—¿Minho? —La voz de Haewon se me cuela en el oído y me quema el cerebro.

—¿Quién te ha dado mi número?

Me enfado en el acto. Estoy que echo chispas. ¿Es que no sabe lo que le conviene? Oigo que se cierra la puerta del dormitorio.

—No vuelvas a llamarme, Haewon.

—Es que necesito...

Le cuelgo, y hago un esfuerzo supremo para calmarme antes de que Jisung cuestione el estado en el que estoy. «Relájate. Tranquilo». Entonces veo a mi chico.

—Pero ¿qué coño es eso, Jisung?

Me sale así sin más. Pero, por el amor de Dios, ¿qué coño se ha puesto?

Lo miro boquiabierto, escudriñando minuciosamente la entallada blusa blanca que deja al descubierto parte de su pecho.

—¿Qué?

Se pasa las manos por la parte delantera de la blusa. Confío en que profiera una suerte de grito de espanto cuando vea cómo se pega la blusa a su cintura, pensando que quizá no ha visto el espejo grande al salir del vestidor. Pero no escucho ningún grito ahogado. Tan solo veo una ceja enarcada, una expresión inquisitiva cuando me mira. Estoy nervioso.

—¿De dónde has sacado eso? —pregunto.

—Estaba en el fondo de mi armario.

Resoplo. En el fondo del armario, para que yo no lo viera. ¿Cuándo se lo compró? ¿Cuándo pensaba ponérselo? Mierda, ¿se lo habrá puesto ya?

—Ya te lo estás quitando.

Ladea la cabeza

—De eso nada.

—Por encima de mi cadáver descompuesto, Jisung. Tú y yo tenemos un trato —le digo mientras subo la escalera a su encuentro, dispuesto a darle media vuelta y enviarlo de regreso a su habitación, castigado.

Sus ojos me siguen hasta que me tiene delante, en el rostro escrita la confusión.

—¿Qué trato?

—Te pones lo que yo te digo que te pongas.

Le coloco las manos en los hombros para darle la vuelta, pero él se zafa, profiriendo un sonido burlón.

Baja la escalera antes de que me dé cuenta de que se me ha escapado, dejándome arriba, sin dar crédito.

—Pues el trato ha cambiado —asegura.

¿Perdona? Bajo volando.

—No puedes cambiar el trato.

—Lo acabo de hacer.

Desaparece en la cocina mientras yo giro al llegar abajo a más de ciento cincuenta por hora, derrapando al tomar la curva para ir tras él.

Cuando llego está cogiendo la cartera de la isla, la expresión de su cara suplicando que la desafíe. Y vaya si pienso hacerlo. ¿Es que no me conoce?

Sufro espasmos cerebrales solo de pensarlo, y aparto la idea antes de que le dé demasiadas vueltas al hecho de que, evidentemente, en este momento no me conoce. Bueno, pues me va a conocer muy pronto.

—La blusa va fuera.

Se lo baja más incluso, y me deja de piedra tamaña muestra de insolencia. Y descaro.

—La blusa se queda. —Se mira otra vez—Se me pega donde se me tiene que pegar.

No le hace falta que se le pegue. Lo que le hace falta es una blusa que tenga al menos mas tela. Sabe que por lo general no respondo de mis actos si algún capullo descerebrado hace algún comentario fuera de tono o grosero, y las probabilidades de que eso suceda cuando Jisung lleva algo así se multiplican por un millón.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora