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Estoy haciendo café y todo el ruido posible para llenar el silencio. Cuando de repente Jisung entra con paso firme a la cocina. Entonces se detiene, y sus ojos centellean un poco al ver mi pecho desnudo. Según desciende la mirada, las chispas se disipan y señala mi estómago. O las dos cicatrices que lo afean.

—¿Qué te ocurrió?

Bajo la vista, no sé por qué.

—Nada.

Niego con la cabeza y vuelvo a centrar mi atención en Jisung. Todavía no estoy preparado para hablar de eso. Además, sé que no ha venido tan decidido para preguntarme sobre mis cicatrices. Es la primera vez que las ve desde el accidente.

—¿Qué pasa?

Niega brevemente con la cabeza y endereza su cuerpo en una postura erguida que denota seguridad.

—Cuéntame cómo nos conocimos. Quiero que me lo cuentes todo.

Me siento con cautela en un taburete, dividido entre la felicidad de que lo haya preguntado y el temor a la presión de tener que responder. Fue un inmenso torbellino de sentimientos y emociones. Fue todo tan intenso, que la idea de tener que explicarlo me intimida mucho de repente.

—No sé por dónde empezar, Jisung—admito, y él se reúne conmigo en la isla—Me da miedo no hacerle justicia a nuestra historia.

Inspira hondo, pensando, y me mira a la cara.

—Entonces muéstramelo.

Me río, pero es una risa nerviosa.

—No sé si estés preparado para eso.

No quiero asustarlo teniendo en cuenta su estado de confusión. Esto no es como cuando nos conocimos. No puedo ir arrollándolo como entonces. Ahora está delicado. Frágil, y tengo la sensación de que todo pende de un hilo.

—¿Preparado para qué?

Cierro los ojos con fuerza y trago saliva.

—Para mi manera de ser.

—¿Tu manera de ser?

—Sí, mi manera de ser.

Abro los ojos y me encuentro con los suyos. Su expresión de perplejidad no hace sino acrecentar mi preocupación.

No sabe cómo interpretar eso. O a mí.

—Así es como tú te refieres a ello —le digo—Mi «manera de ser» —continúo al ver que ladea la cabeza con aire interrogante—Soy irracional. —Me encojo de hombros—Al parecer. —Inspiro hondo para reunir fuerzas y seguir—Un obseso del control. —Vuelvo a encogerme de hombros patéticamente—Al parecer. —Ya me está costando y ni siquiera he llegado a rozar la puta superficie—Soy posesivo y controlador y... —Aprieto los labios al ver que abre ligeramente los ojos—Al parecer —añado en voz baja.

—Has dicho «al parecer» un montón de veces.

—Al parecer —farfullo, y aparto la mirada.

Me cuesta expresar lo que necesita saber.

—Joder —exclamo frustrado.

—También dices muchas palabrotas.

La miro de nuevo y me encuentro con un gesto de desaprobación. Podría echarme a reír, pero me limito a toser.

—Claro, tú no las dices. Casi nunca, de hecho.

Me niego a mentirle tan descaradamente al respecto.

—¿Ah, no?

Niego con la cabeza.

—Nunca.

—Ah —dice, y se sume en sus pensamientos durante unos instantes.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora