5

29 5 0
                                    

Un golpe serio en la cabeza. Inflamación del cerebro. Coma. Daños cerebrales. Estado crítico.

Cada palabra se me clava en el pecho. Casi no me he movido de esta silla. He echado algunas cabezadas y mi mano ha estado unido al suyo desde que me permitieron entrar en su habitación. Es como una pecera, dos paredes de cristal para que todo el personal de la UCI pueda verlo. Aunque su piel ha recuperado un poco el color tras las innumerables transfusiones, sigue sin despertar. Hay cables por todas partes, las máquinas lo rodean, casi ni queda espacio para mí junto a su cama. El TAC de ayer por la tarde no mostraba mejoría alguna, igual que el de ayer por la mañana. La inflamación no se ha reducido y, aunque intento ser positivo, sé que es poco probable que el TAC de esta mañana llegue a mostrar tampoco ninguna mejora.

Han pasado dos días. Necesito ver a mis hijos. Tengo que asegurarles que mamá se pondrá bien, que pronto despertará y que volveremos a casa todos juntos. Aunque ni siquiera sepa si eso es cierto. Siento un escozor en los ojos que me obliga a cerrarlos antes de que las lágrimas se escapen. Les he prohibido venir, esperando y rogando que los médicos me den noticias para no tener que mentirles. Pero las noticias que esperaba no llegan y no puedo impedírselo más tiempo.

Ha llegado la hora de enfrentarme a mis responsabilidades y darles a mis niños lo que necesitan. Yo. Su padre.

Estoy tan jodidamente destrozado por no poderles dar también a su madre...

Cuando el móvil me avisa de que ha llegado un mensaje de Cheyoung, me obligo a dejar la mano de Jisung y a levantarme de la silla. Mis músculos protestan, me crujen los huesos. Después de besar con suavidad a Jisung en la frente, camino por el pasillo hasta la cafetería, donde que he quedado con sus padres y los niños. Oigo a los mellizos antes de verlos. Dos veces llamándome. Me detengo, veo sus caras por primera vez en demasiado tiempo. Recurro a todas mis fuerzas para no caer de rodillas. Estoy destrozado pero no puedo dejar que lo noten.

Sana y Jeongin me asaltan y me rodean con sus brazo, me estrechan con fuerza, hunden sus caras en mi pecho. Sentirlos tan cerca me procura un poco de consuelo. Por lo demás, mi temor se ha triplicado, porque ahora están aquí. Ahora tengo que comportarme como un hombre y consolar a mis niños una vez que les aseste el golpe que sé que hará temblar todo su mundo.

—¿Dónde está mamá?—pregunta Jeongin pegado a mi pecho—La abuela dice que está enfermo. Demasiado como para vernos.

Cierro los ojos con fuerza mientras lo aprieto contra mí.

—Se pondrá bien.

—Quiero verla.—Sana se separa de mí, la cara llena de lágrimas.—Por favor, papi.

—Cariño, no creo que...mamá...—me aclaro la garganta y recobro la compostura para que mis palabras suenen firmes y fuertes—Mamá no está como siempre. Ha perdido mucha sangre, está muy pálido. Muy débil.

La barbilla de Sana tiembla y yo miro a Chaeyoung buscando algo que me asentarme.

—¡No puedes prohibírnoslo!—grita Jeongin, dando un paso atrás—Es mi madre.

Mi cuerpo exhausto me abandona, y antes de que pueda detenerlo, Jeongin echa a correr por el pasillo, Sana tras él. Intento reaccionar mientras veo cómo mi hijo ralentiza el paso para esperar a su hermana, darle la mano y continuar. El hecho de que no sepan dónde está la habitación de Jisung no es un impedimento para mis niños. También tienen un sexto sentido en lo que se refiere a Jisung. Lo localizarán en menos que canta un gallo.

Los sigo lentamente, doblo la esquina y los encuentro de pie frente a la pared de cristal, observando la habitación de su madre, cogidos de la mano. Los contemplo en silencio, sus caras, la imagen de la conmoción en estado puro. Entonces Sana se viene abajo y Jeongin gira hacia ella y la abraza.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora