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El aparcamiento está arriba. Veo el coche de Nichkhun en una de las plazas reservadas, aparco al lado y doy la vuelta al coche deprisa para ayudar a Jisung a bajar. No dice nada mientras lo conduzco al moderno edificio. No podría ser más distinto de La Mansión. El gimnasio es de lujo, sí, pero dista mucho de ser tan ostentoso. La recepción está concurrida cuando entramos.

—¿Es eso una peluquería? —pregunta Jisung mientras señala el escaparate de uno de los cuatro negocios de la primera planta—¿Y un salón de belleza?

—Sí, y Yuna trabaja ahí.

—¿En qué?

Jisung me da la mano, al parecer algo abrumado ya con el sitio.

—Fisioterapia.

Saludo con la cabeza a una de las chicas de recepción, que nos deja pasar deprisa por los torniquetes.

—Y eso de ahí es una tienda de productos ecológicos.

—Es como el paraíso de la salud —comenta, y esboza una sonrisa incómodo—¿Y yo trabajo aquí?

—Lo dices como si no te gustara.

—La verdad es que siempre soñé con tener mi propia empresa de interiorismo —responde Jisung.

—Dejaste de trabajar cuando nacieron los niños.

Fue mucho antes de que nacieran los mellizos, pero no pienso entrar en las razones por las que Jisung acabó dejando su empleo en Rococo Union. A menudo me pregunto si el capullo de Yeosang conservará la empresa o si la vendió en cuanto se fue mi esposo.

—Cuando los niños empezaron el colegio, decidiste que querías trabajar aquí.

Recibo una mirada cargado de duda.

—¿Decidí o me obligaste?

—Lo decidiste tú —confirmo, y pido su batido energético preferido—Según tus palabras, yo siempre lo cago con la parte económica, y no estabas dispuesta a dejar que se encargara otro.

—Entonces ¿me pagas?

Acepta el batido, mirándolo con recelo.

—Generosamente —contesto, la voz provocativa y baja.

Me dirige una mirada pícara, de broma.

—Muy gracioso.

—Eres el director, Jisung. Como ya te dije, esto es nuestro.

Veo que eso le agrada, los bonitos labios cerrándose en torno a la pajita y bebiendo con aire pensativo mientras echa un vistazo al bar, donde los ordenadores portátiles llenan las mesas y la gente charla después de entrenar.

—Mmm, es muy lujoso.

—Me alegro de que no hayas perdido el buen gusto —observo, y le indico que me siga a la escalera por la que se accede a la planta de fitness.

Lo veo animado y alegre a mi lado.

—Te habrías llevado un sustillo, ¿no?

—¿Con qué?

—Si al volver en mí no me hubieras gustado.

Suelta una risita por la escalera, le hace gracia el asunto.

—Entonces ¿te gusto? —pregunto como si nada, sin inmutarme.

—No estás mal, supongo.

Menuda cara tiene. Le doy con el codo y se ríe. Al llegar arriba y ver la planta de fitness, se para de golpe.

—Vaya.

Gira despacio en el sitio para abarcar el vasto espacio. Podría tardar un poco. Enfrente están dando una clase de Bodypump, en un rincón hay un grupo de personas haciendo pesas en serio, un grupo de mujeres pedalea a toda velocidad al fondo. Y las salas, con el frente de cristal, están todas llenas, con una clase u otra en cada una.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora