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A la mañana siguiente abro los ojos y veo que Jisung me mira con una sonrisa radiante, tumbado de lado hacia mí, yo hacia él. Tiene la mano apoyado en mi cadera, y yo la mía en la suya.

—¿Cómo es que estás tan contento a esta hora de la mañana? Si todavía no te lo he metido...

Suelta una risita y se me acerca hasta que su aliento me da en el pecho.

—Me encanta verte dormir. Tienes un aspecto de lo más angelical.

Esbozo una sonrisa adormilada y vuelvo a cerrar los ojos, le echo un brazo por la desnuda espalda y lo atraigo hacia mí.

—¿Angelical? Querrás decir divino, ¿no?

—Sí. Y estoy contento por haber recordado algo.

Está de subidón, contento consigo mismo solo por haber recordado esa nimiedad. Me prohíbo pensar mucho en que es posible que no se sienta tan entusiasmado cuando recuerde todo lo demás, lo bueno, lo malo y lo que es directamente una puta mierda. Esto es demencial. Por un lado, estoy deseando que recupere la memoria, suplico que le vuelva. Por otro, lo estoy temiendo.

Parte de mí confía en que los recuerdos continúen llegando en forma de goteo, poquito a poco, dándole la oportunidad de entenderlo todo, no que lo inunden y probablemente siembren el caos en su cabeza.

—¿Es tu teléfono?

Frunzo la frente y aguzo el oído.

—Me lo dejaría abajo —digo.

Se zafa de mis brazos en un santiamén, y a mí no me hace mucha gracia.

—¡Oye!

—Puede que sean los niños.

La desnuda espalda desaparece por la puerta.

Refunfuño y me levanto, sin molestarme en ponerme el bóxer. Cuando bajo, lo encuentro con el teléfono pegado a la oreja.

—Lo del FaceTime este no funciona —informa, los dedos en el pelo.

Sonrío al verle el cuerpo desnudo y, mientras, saco el café del armario.

—Pon el altavoz —pido.

—¡Hola, papá! —saluda Jeongin, seguido de Sana.

—Hola.

Bajo las tazas y Jisung coge la leche.

—¿Nos echáis de menos?

—Un poco —contesta Sana, sorbiéndose la nariz, y sonrío—La abuelita ha dicho que volvemos a casa el lunes.

—Es verdad.

Miro a Jisung y veo que sonríe para sí mismo.

—¿Qué habéis estado haciendo?

«No preguntes por el chico. No preguntes por el chico».

—He estado buscando conchas por la playa con Sunghoon —replica Sana, más fresca que una lechuga, casi orgullosa, porque sabe que está bien fuera de nuestro alcance.

Aprieto los dientes y miro de reojo a Jisung, una mirada que sugiere que debería tomar las riendas antes de que nuestra hija me ponga de mal humor.

Coge deprisa el teléfono y se va, alejándose de mi irascible presencia.

—Qué bien, cariño. ¿Y tú, Jeongin? ¿Has pescado más peces?

—Hoy he pescado uno de cinco kilos, mamá.

Parece emocionado. ¿Por qué Sana no puede encontrar algo que la apasione? Algo que no sean los chicos.

Charlan alegremente un rato mientras yo me ocupo del café y después Jisung se despide, en la voz un dejo de tristeza. Levanto la vista cuando cuelga y suspira. Se está agobiando. Tengo que distraerlo.

—Eh, mira esto, nene.

Obedece en el acto.

—Tengo una sorpresa para ti.

—¿Ah, sí?

Me dedica una sonrisa descarado cuando deja el teléfono y se acerca a mí, llenándome el corazón de toda clase de sensaciones que me hacen bien.

—Solo piensas en una cosa, cariño.

Y yo encantado, pero para hoy tengo planeada una cita. Me pone la mano en el pecho y me mira radiante.

—¿Acaso te extraña?

Va bajando la mano hacia mi...

—¡Para! —me río.

Le cojo deprisa la mano, impidiendo que llegue al paquete, que ya se está hinchando. Si lo hiciera, estaría perdido. Mierda, ¿de dónde coño sale esta resistencia?

—No sigas.

Lo siento en un taburete, sonriendo al ver el mohín que pone. Se encoge de hombros.

—No lo puedo evitar. Basta con que te mire y...

—Te mojas. Lo sé. —Termino su frase confiado, creído a más no poder—Te acostumbrarás. —Le lanzo una sonrisa picarona.

—Entonces, si no es esa, ¿cuál es mi sorpresa?

—Te voy a llevar a que te compres ropa.

—¿Para qué?

—La fiesta de compromiso de Nichkhun y Yuna del sábado.

Los ojos se le iluminan un poco, pero se apagan muy deprisa. Luego se amusgan. Sé lo que viene a continuación. Estoy preparado.

—¿La ropa lo elijo yo?

—No. —Sonrío con engreimiento, y voy por más café.

—De eso nada —contesta indignado.

—Lo que yo te diga.

—Ni de coña.

Me vuelvo y veo que sale de la cocina.

—Ya encontraré algo en el armario, muchas gracias.

—Ya lo veremos, cariño —le digo risueño.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora