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Jisung por fin duerme bien, y no se me ocurriría despertarlo.

Enciendo la cafetera y saco del armario de la despensa los cereales, que dejo a un lado para los niños. Solo cuando vuelvo con la cafetera me doy cuenta de lo que he hecho. El vacío que siento en mi vida aumenta, y como si presintieran que los echo de menos, el teléfono me suena. Corro a contestar.

Sonrío al ver la cara de mi hijo iluminando la pantalla.

Lo cojo y lo dejo apoyado en la cocina mientras sigo con el desayuno de Jisung.

—¿Estás friendo huevos, papá? —pregunta Jeongin a modo de saludo.

El mar que se ve de fondo es impresionante, el murmullo de las olas fuerte pero tranquilizador.

—Eso hago, hijo.

Doy unos golpecitos con la espátula en el borde de la sartén antes de levantarla para enseñárselo.

—Le voy a llevar el desayuno a la cama a tu madre.

—No olvides que le gusta la yema líquida —me recuerda Jeongin, lo que hace que mire la sartén y vea dos yemas nada líquidas, y el niño se percata de mi mirada ceñuda—Hazlos revueltos —me aconseja—Con salmón. Ya sabes que es una de las cosas que más le gustan.

—No tengo salmón —refunfuño, y se me pasa por la cabeza que voy a tener que mover el culo e ir al supermercado.

Andamos escasos de todo, pero hacer la compra no es lo que se dice la cita romántica que tenía pensada para luego. Oigo que Jeongin suspira y me encojo de hombros.

—¿Cómo está Sana? —pregunto.

—Por ahí. En la playa.

¿Por ahí?

—Qué bien. ¿Con una amiga?

—Con Sunghoon.

La sartén se me cae estrepitosamente en la cocina, y apoyo la mano en el fuego.

—¡Me cago en la puta! —exclamo, y me pongo a dar saltos, agarrándome la mano con fuerza para aliviar el dolor. Joder. Mis nudillos aún lucen las señales de cuando arremetí contra el espejo y la puerta. ¿Y ahora esto? Sacudo la mano, haciendo una mueca de dolor.

—Joder, cómo duele.

—¡Lee Minho! —escucho decir a mi suegra.

Me acerco corriendo al teléfono y veo que Jeongin pone los ojos en blanco justo cuando la madre de Jisung lo aparta de la cámara. Veo su rostro, sumamente disgustado.

—Sunghoon es un nombre de chica. —Lo digo como si fuese un hecho—¿No?

—Sunghoon es un chico —afirma ella con ligereza, y a mí no me hace ninguna gracia—Es el nieto de unos amigos. Cenamos con ellos la otra noche.

Acerco la cara a la pantalla y veo que Chaeyoung se aparta. Mi hijita está en la playa sin que yo ande cerca para asegurarme de que ningún cabroncete revolotea a su alrededor.

—Confío en ti, Chaeyoung.

—Para que haga ¿qué? ¿Atosigarla cuando no estás tú?

—Sí.

Me miro la mano y veo que me está saliendo una ampolla.

—No dejes que se acerque a mi hija —advierto, y cojo el móvil y me voy a la pila—Los chicos no son de fiar. ¿Cuántos años tiene el cagarro?

—Trece.

Dejo el teléfono en el fregadero.

—¿Trece?

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora