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Suena Give Me Love, de Ed Sheeran, un sonido de fondo suave en nuestro dormitorio, la música tranquila y relajante. Jisung va abriendo los ojos poco a poco, parpadeando, las pupilas contrayéndose ante mí a medida que se acostumbra a la luz matutina. Sé en qué segundo se da cuenta de que estoy a horcajadas en su cintura, porque sonríe. Y esa sonrisa se desvanece en cuanto intenta tocarme.

Porque no puede mover las manos. Sus ojos suben al cabecero, donde tiene las muñecas esposadas. Unos cuantos tirones después, me mira a mí. Enarco las cejas y él se queda boquiabierto.

—Buenos días, nene —digo feliz y contento, y apoyo las manos en la cara interior de la parte superior de sus brazos para que descansen en la cama.

—No, no habrás sido capaz —balbucea, revolviéndose un poco bajo mi peso; un gesto inútil.

—Claro que sí.

Bajo la cara, cada vez más cerca de su boca. él se queda quieto.

—¿Recuerdas qué fue lo último que me dijiste anoche?

Sus ojos se abren ligeramente, y sé, lo sé, que lo va a negar. Menea la cabeza, una sonrisa asomando a sus labios. Lo sabe, y de puñetera sobra.

—Como quieras.

Profiero un suspiro ruidoso y dejo caer la cabeza hasta apoyar la barbilla en el pecho.

—Empezaré en tres —advierto, la voz cargada con un deseo que me consume—Y cuando llegue a cero, nene...

—¿Qué? ¿Me obligarás a que me vuelva a casar contigo? —El tonito chulo que se gasta es emocionante.

—Tres —empiezo, sin dignarme contestar mientras me yergo para sentarme bien tieso en su cintura.

—Minho... —dice despacio, la chulería dando paso a la preocupación.

—Dos.

Levanto la mano y la bajo despacio a su estómago. él se queda inmóvil, dura como el acero.

—No.

Voy bajando deliberadamente despacio, alargando el momento.

—¿Recuerdas lo que dijiste?

Sus labios bien apretados, mi pequeña tentadora cabezota.

—¿No?

Mis dedos llegan hasta donde tiene cosquillas y se detienen.

—Muy bien. Uno.

—Minho.

Pronuncia mi nombre y después coge aire deprisa y lo aguanta, listo para lo que viene a continuación.

—Cero, nene —musito, y le quito las manos de las caderas y caigo sobre él, mi boca en su boca, sorprendiéndola con un beso ardiente, encendido, apasionado.

Aunque veo la sorpresa en sus ojos, responde directamente, igualando la intensidad, la lengua curiosa y voraz. No hay ningún sitio en mi boca que no encuentre.

—Cásate conmigo —pido en voz queda, contra su boca.

Siento su sonrisa en mis labios.

—Ya te has casado conmigo dos veces.

Me echo hacia atrás, frunciendo un tanto el entrecejo.

—¿Eso es un no?

—Yo no he dicho que no.

Mira las esposas, tira un poco.

—¿Me soltarás?

No sé por qué cedo con tanta facilidad, sobre todo teniendo en cuenta que técnicamente no ha dicho que sí, pero me sorprendo haciendo lo que me pide, liberándolo, dejando las esposas colgando de la cama. Se incorpora y me empuja, y yo caigo hacia atrás. Y ahora es él quien se sienta a horcajadas sobre mí, me coge los brazos y me esposa a la cama. Y me dejo.

Es oficial: estoy loco perdido.

—¿Qué haces? —pregunto mientras veo que se tumba encima de mí y me mira y empieza a repartirme besitos con parsimonia por el torso.

Echo atrás la cabeza, profiriendo un gemido bronco, los ojos se me cierran de gusto. Esto podría ser un truco. Podría estar induciéndome una falsa sensación de seguridad. Sin embargo, ahora mismo, con su boca deslizándose por mi piel, el calor de sus lametones y sus mordiscos dejando una estela de fuego, me importa todo una puta mierda. No me resisto a las ataduras. No pierdo la razón por no poder tocarlo. No me preocupa la posibilidad de que intente sonsacarme información. Estoy perdido. Soy esclavo de esa boca que me idolatra. Cada terminación nerviosa viva, cada vena bombeando sangre caliente.

—Este es el polvo de la verdad, ¿no? —pregunta, la voz ronca y baja mientras sube por mi cuerpo besándome, hasta el mentón, la boca.

Me asalta una oleada de pánico. Su rostro carece de expresión, en él solo hay deseo, puro, intenso.

—Sí... Ahhhh... —gruño y me atraganto, su pelvis clavándose en mi entrepierna—Mierda, Jisung.

Se levanta un poco y me libera la polla de donde estaba, pegada al bajo vientre, que se pone tiesa, la punta rozando su entrada. Pego una sacudida y él pega una sacudida. Y después baja sobre mí y se me encaja con suavidad, despacio. Aprieto los dientes, respirando por la nariz, mientras él empieza a moverse a un ritmo que me hace enloquecer. La miro a los ojos, esos ojos castaños que me bañan en deseo. Me mata una y otra vez con cada embestida de sus caderas, sus manos descansando en mi pecho. Encuentro la fuerza de voluntad necesaria para dejar de mirarlo, mis ojos pasando a sus pechos, que botan ligeramente, y después a su vientre, donde se ven las huellas delembarazo de los mellizos.

Es precioso. Cada centímetro de su ser es precioso. Echándose hacia delante, enmarca mi cabeza con sus brazos, su rostro casi pegado al mío. Su ritmo no vacila, y mi placer no disminuye, sigue constante, quitándome la respiración con cada topetazo.

—¿Quieres saber algunas verdades, Lee Minho? —musita con los dedos enredados en mi pelo.

Asiento, pasando por alto el dolor que empiezo a tener en los brazos y centrándome en aliviar el dolor que siento en la polla, acariciada por sus cálidas paredes.

—Te quiero, y lo sabes.

Me besa y altera el meneo de cadera, convirtiéndolo más en un suave balanceo. Ese movimiento, esas palabras. Es mi perdición, y también la de Jisung.

—Juntos —ordena suavemente mientras nuestra boca no cesa.

Y con esa última palabra me asomo al abismo y me dejo caer con él, sin parar de besarnos mientras cabalgamos las olas del placer juntos, hasta que nuestro beso se ralentiza y se detiene, así como nuestros cuerpos. Aunque sus paredes constrictoras y mi vibrante polla siguen por su cuenta mucho más, noto cómo se relajan sus músculos cuando suspira, su cuerpo fundiéndose con el mío.

—Cásate conmigo —me pide, sus labios descansando en mi mejilla.

Si alguna vez ha habido un momento en mi vida que pudiera embotellar y guardar para siempre, sería este. Porque Jisung me acaba de decir que está conmigo en esto.

—No me puedes pedir eso cuando estoy esposado a la cama —farfullo, y noto que se mueve en el acto y me suelta.

En cuanto puedo volver a mover las manos, lo pongo boca arriba y lo inmovilizo.

—¿Quieres casarte conmigo? —repite.

—Esa sí que es una puta pregunta estúpida.

Y lo beso.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora