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Tardo un segundo exacto en darme cuenta de qué es lo que no encaja cuando mi cerebro despierta a la mañana siguiente: Jisung no está en la cama conmigo.

Decido salir de la cama para salir en busca de él. Sin embargo de camino me encuentro a Sana en la isla, desayunando.

—¡Por favor!

Su grito de horror me taladra los oídos, la cuchara deteniéndose antes de llegar a la boca. Tiene los ojos muy abiertos durante el breve instante en que los veo, pues acto seguido se da la vuelta en el taburete, hacia el otro lado.

—Papá, ¿en serio?

Por un momento estoy confuso. Luego caigo en cuál es el motivo de alarma. Reculo y me miro: estoy desnudo. «¡Mierda!»

—¿Dónde está tu madre? —pregunto, llevándome las manos a la entrepierna para tapármela.

Me muero de vergüenza, pero no me marcho corriendo. Estoy demasiado preocupado.

Sana señala el cuarto de la plancha justo cuando Jisung aparece con el cesto de la colada en las manos. Mi chico reacciona igual que mi hija. El cesto lleno de ropa cae al suelo y después se oye un gritito.

—Minho, no jodas. —Jisung coge un paño de la encimera y se me acerca deprisa para taparme cuanto antes.

—No estabas en la cama —espeto, dejando escapar una mirada ceñuda—Me preocupé.

—Los niños vuelven hoy al colegio. Necesitaba ponerme en marcha antes.

—Deberías haberme despertado. Así te hubiera ayudado o ahorrado el hecho de que te levantaras.

—Estabas cansado.

—No estoy cansado —niego mientras él sigue ocupado en taparme mis partes con el trapito—No vuelvas a levantarte sin avisarme, o acabarás conmigo.

—No seas tan teatrero.

Jisung va hasta donde ha dejado tirada la colada y revuelve en ella.

—Toma.

Saca unos pantalones cortos negros y me los lanza. Me aseguro de que Sana sigue mirando hacia otro lado y sustituyo el patético paño por el pantalón.

—Ya estoy visible, hija —anuncio.

—Esto es taaaan incómodo.

Me dejo caer en el taburete de al lado y le lanzo el paño a Jisung, él lo coge y lo deja en la cesta de la colada.

—¿Desayunamos? —inquiero.

Pone los ojos en blanco y coge el cesto antes de echar una ojeada con cautela a nuestra hija.

—Compórtate —me advierte sin articular la palabra, y vuelve al cuarto de la plancha.

Me río entre dientes. ¿Que me comporte? Eso nunca.

—¿Desde cuándo llevas levantado? —pregunto mientras busco café en la isla; no hay.

—Desde las seis y media —responde Jisung.

Voy a la cafetera y la preparo.

—Pero Sana ya estaba aquí abajo —añade.

¿Ah, sí? Miro a mi hija enarcando las cejas y ella se encoge de hombros mientras mastica sus cereales. Por lo general no hay forma de que salga de la cama.

—Pensé que hoy me podía preparar yo el desayuno.

Esbozo una sonrisa afectuosa y le guiño un ojo.

—Buena chica.

Estoy a punto de encender la cafetera cuando oigo un taco en el cuarto de la plancha. Suspiro y miro al techo. Señor, dame fuerza.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora