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Pov Jisung

Los últimos días no he hecho nada más que pensar. Pensar, ir a terapia y pensar un poco más. Estoy harto de pensar. Estoy harto de las jaquecas de tanto pensar.

Suspiro y me doy la vuelta en la cama para ver la hora en el despertador sobre la mesilla. Son las ocho en punto. Oigo ruidos en la cocina. Anoche intentó desvestirme. No pude evitar estremecerme cuando tocó mi piel desnuda, y no fue solo por la sorpresa. Mi carne pareció encenderse, y aunque tenía la sensación de que jamás había sentido algo así, en el fondo sé que sí lo he sentido. En ese momento me alarmaron mis reacciones. Me asustaron. Apenas lo conozco, pero mi cuerpo sí, y me lo indica todos los días. Existe una conexión.

Cierro los ojos e intento entender todos los signos que dicen que lo amo. No solo las pruebas tangibles: las fotos, los niños, lo que la gente me ha contado; sino las pruebas invisibles. Como el modo en que me late el corazón cuando lo veo. Como el modo en mi piel arde cuando me toca. Se le da bien reconfortarme. Se le da bien darme espacio cuando lo necesito.

Interrumpo ese proceso de pensamiento ahí y rebobino. No creo que lo de darme espacio se le dé tan bien. Veo su expresión de ansiedad cada vez que sale del dormitorio. Y siento la ansiedad en mi interior. Algo no va bien. Él parece no estar bien, y es una extraña conclusión a la que llegar por mi parte teniendo en cuenta que no lo conozco.

Me acerco con cuidado al borde de la cama y hago una mueca de dolor al levantarme. El músculo bajo la herida que aún se está curando me tira mucho. Me pongo un pijama crema y me dirijo a la puerta.

Quiero saber cosas, y estoy preparado para formular las preguntas.

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