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Lo observo estirar un poco el cuello a medida que entramos en el camino que lleva a nuestra casa, sus ojos interiorizando el terreno de nuestra pequeña mansión.

—¿Yo vivo aquí?—pregunta asombrado.

—Vivimos aquí—le corrijo, y detengo el coche.

Salgo del coche y lo rodeo. Desde el asiento del copiloto, Jisung está asimilando todo lo que lo rodea. Le abro la puerta, pero como no muestra signos de bajar de mi Porsche, me introduzco en el coche y desabrocho su cinturón de seguridad. Mi mejilla roza sus labios inocentemente y él se queda inmóvil, aspirando con fuerza. Yo también me quedo inmóvil, mi cara a pocos milímetros de la suya. Gracias a la visión periférica, puedo ver que tiene los labios apretados, los ojos muy abiertos.

¿Lo habré asustado? ¿Habré acelerado su corazón con mi cercanía? Algo me dice que son ambas cosas. Mis ojos se fijan en sus labios, mi instinto me dice que lo beso. Bésalo. Devóralo. Puede que eso active lo que quiera que se tenga que activar.

Pero gira la cabeza y la esperanza que crecía en mi interior muere un poquito. Me aclaro la garganta y me retiro, dándole espacio para salir del coche, algo que hace tranquilo y despacio, ignorando la mano que le ofrezco.

Da pasos lentos e inseguros hacia la puerta, lentos por su pierna herida e inseguros porque, por desgracia para mí, está nervioso. Cada cierto tiempo me busca por encima del hombro. Yo no digo nada, solo lo sigo, sintiéndome lo más inútil que se pueda ser. Abro la 'puerta de la entrada y vuelvo atrás y él se detiene en el umbral a observar el recibidor. Simplemente me espero a que encuentre el valor necesario para entrar. Los zapatos de los niños están tirados en un rincón, la pequeña área del suelo de mármol está sucia del barro que han entrado del jardín. Es una insignificante y absurda muestra de nuestra familiar pero capta toda la atención de Jisung. Su casa. Se lleva las manos al pecho y casi puedo ver el pulso latir bajo las palmas.

—Tómate tu tiempo—murmuro amable.

Me mira y sonríe un poco antes de continuar intentando asimilar lo que lo rodea. Da un paso hacia dentro y se dirige a la colección de fotografías alineadas en la pared sobre la consola.

El corazón empieza a martillearme el pecho a medida que se acerca más a las fotos. Su mano alcanza una del día de nuestra boda y Jisung deja escapar el labio entre los dientes, que lo tenían atrapado con suavidad. Luego se pasa un rato mirando una en la que salgo arrodillado besando su barriga embarazada. Se vuelve hacia mí y me ofrece otra tímida sonrisa, que yo le devuelvo.

Cierro la puerta con cuidado, me acerco a él y contemplo las fotos también. Fotos nuestras. De nuestra pequeña familia. Hay felicidad y amor por toda esta pared.

Sus hombros se tensan cuando estoy a pocos pasos detrás de él y se vuelve para mirarme, su cara triste. No recuerda nada.

—Ese soy yo—Señala la foto donde salimos los dos abrazando a nuestros mellizos.

Asiento, intentado contener mi propia emoción. Dios, nada puede conmigo, pero ver a mi niño tan desconsolado me parte en dos.

Dejo la bolsa en el suelo y me acerco a consolarlo, tratando de no llorar. Su pequeño cuerpo da saltitos contra mí mientras llora, dejando salir el dolor ahora que la realidad lo aplasta.

Vamos a la cocina, nos sentamos en una silla y lo abrazo de nuevo contra mi pecho.

—Lo siento por no poder recordaros.

—No seas tonto, podría haber sido peor.

Alzo la mano y le seco los ojos, y él me deja, examinando mi cara con cuidado mientras saboreo ese tierno momento.

—¿Dónde están los niños?—pregunta, mirando a la entrada, tal vez esperando oírlos.

—Les he pedido a tus padres que se los lleven a la isla de Jeju. Para que puedas instalarte tranquilo y acostumbrarte un poco a todo.

—Pero van a pensar que no les quiero.

Veo el pánico en su cara, y extrañamente me calma saber que se preocupa por cómo deben de estar sintiéndose. Puede que no recuerde a sus hijos pero en fondo solo sigue su instinto materno.

—Están bien, te lo prometo Jisung. Les he dicho que necesito tiempo contigo para ayudarte a recordar algunas cosas.

—Les quiero—dice frunciendo el ceño—Sé que les quiero.

Me mira, lleva sus manos a mi camisa y agarra la tela.

—Sé que son míos.

Asiento y tomo aire, mis ojos fijos en los suyos.

—Tienes que descansar un poco.

—Me encantaría darme una ducha.

—Claro.

Me pongo de pie y lo dejo en el suelo, apartándome, mostrándole de mala gana que no quiero que se vaya. Hace una pequeña mueca que le arruga un poco el ceño.

—¿Dónde está el baño?

Me resisto a darle la mano y subo la escalera. Los pies me pesan, y el corazón aún más cuando Jisung me sigue mirando a su alrededor al mismo tiempo.

Entro en nuestra habitación tratando de no ponerme nervioso por enseñarle a mi bebé dónde dormimos.

—El vestidor está ahí—le digo, y señalo una puerta doble al otro lado de la habitación—Y el baño aquí.

Su mirada oscura se arrastra por mi cuerpo al pasar por mi lado, dando pasos inseguros hacia el vestidor. No sé si seguirlo, pero lo hago y me paro en el umbral mientras él inspecciona el espacio.

—Guardas tu ropa interior y la de dormir en esa cómoda.

Abre el primer cajón y examina el contenido. Luego hace lo mismo con el siguiente y saca unos de mis encajes favoritos.

—Hay mucho encaje—dice bajito—¿Dónde están mis pijamas de algodón? ¿La ropa calentita?

—Te gusta el encaje. Y a mi también—Me encojo de hombros cuando me lanza una mirada inquisidora—Un poco.

—Me compras tú toda la ropa interior ¿verdad?

—Es lo que más me gusta ir a comprar—admito descarado.

Asiente, lento e inseguro, nuestro contacto visual permanente. Pero la lujuria que siempre me cuesta tanto controlar cuando estamos juntos y a solas, no es tan fuerte hoy. Ni para mí ni para él.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora