7

26 5 0
                                    

Cuando aparco delante de la casa de los padres de Jisung, los niños salen por la puerta antes incluso de que apague el motor. La sonrisa que se dibuja en mi cara es forzada. Ellos son lo único que me alivia en estos momentos, la única paz en mi mundo ahora, y aunque hacerme el fuerte delante de ellos suma agotamiento al que ya tengo, me alimento de su amor y su necesidad de estar junto a mí ahora mismo.

Salgo rápidamente del coche y me preparo para su ataque. Me alcanzan al mismo tiempo, cada uno encontrando su lugar a mi lado.

—¿Podemos irnos ya?—pregunta Sana mirándome.

—Vamos adentro—les digo, y los llevo hacia la puerta principal—Tengo que hablar con vosotros, chicos.

—¿Qué pasa?—Jeongin se ha separado de mi lado en un segundo—¿Es mamá? ¿Está bien?

—Está bien. He estado pensando y quería compartir mis pensamientos con vosotros dos.

—¿Sobre qué?—pregunta Sana.

—¿Vas a volver a prohibirnos que vayamos al hospital?—Jeongin se pone a la defensiva—No vas a hacerlo, ¿a que no, papá? ¿Por qué no podemos ir? ¿Es que mamá no quiere vernos?

Me sangra el corazón y le abrazo con fuerza.

—Se muere de ganas de veros.

Cuando le pregunté si quería ver a sus hijos, pude sentir la batalla mental que tenía lugar en su cabeza, y las lágrimas empezaron a brotar enseguida. Escuchar a mi niño decir que no quería decepcionarlos me arrancó el corazón. Y cuando me suplicó que lo ayudara a recordarlos, fuera de sí, llorando y gritando, decidí lo que debía hacer. Necesitaba contarle nuestra historia desde el principio de la única forma que sé. Con acciones. Dónde empezar es la gran pregunta.

—Se está esforzando mucho por estar mejor para vosotros—les digo—Y necesito ayudarlo a conseguirlo.

—Te refieres a recordarnos—Sana me corrige.

Asiento, no preparado para mentir.

—Veréis, hay una parte del cerebro de mamá que en estos momentos no funciona bien.

—¿Por el golpe que se dio en la cabeza?—pregunta Jeongin.

—Justamente por eso. Es como si la llave se hubiera quedado atascada en la cerradura y hubiera dejado encerrados todos sus recuerdos. Necesito destacar esa llave.

El labio inferior de Sana empieza a temblar y sus ojos se llenan de tristes lágrimas.

—¿Cómo ha podido olvidarnos, papi?

Si en algún momento de mi vida he querido arrancarme el corazón y ponerlo a los pies de la esperanza, es ahora. Este instante, mirando a mis hijos, que están destrozados.

—Nos os ha olvidado—les digo con firmeza—Solo ha perdido temporalmente sus recuerdos. Voy a ayudarlo a recuperarlo, os lo prometo. Decidme que me creéis. Decidme que confiáis en vuestro papi.

Ambos asienten con la cabeza. Me acerco a ellos para acogerlos en mi pecho y los abrazo muy fuerte. Soy fuerte. Necesito que sientan mi fuerza.

—Los abuelos van a llevaros a la isla de Jeju una semana o dos mientras yo ayudo a mamá, ¿vale? Os encantará esa isla. Necesitáis divertiros un poco. He hablado con el colegio y ante nuestra situación, van a comprender vuestras ausencias a clase en estas semanas.

Jeongin le coge la mano a su hermana, una señal de cuidado.

—¿Y tú cuidarás de mamá? ¿La ayudarás?

—Te lo prometo.

—¿Cómo sabemos que algún día se acordará de nosotros?—dice Sana.

Mi pequeña polvorilla, mi vivaz y desafiante pequeña dama, la viva imagen de Jisung.

—Porque vuestro padre dice que lo hará. Y no pienso defraudarlos.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora