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Con Jisung acomodado contra mi espalda, puede que haya escogido el camino largo para llegar a mi destino. No me disculpo por ello. Suerte tiene de que lo deje bajarse de la moto. Se baja con elegancia pero con cierta cautela, como si lo hubiese hecho un millón de veces antes, como, en efecto, ha hecho. Después se desabrocha el casco y se lo quita.

Madre del amor hermoso. Mi polla se abalanza como un animal depravado que intentara escapar de una jaula. No es una mala comparación.

Hace demasiado tiempo que no tengo sexo. Mis pelotas están a punto de estallar, y lo que ha pasado hace un rato, en la entrada, cuando se me ha echado encima, no ha sido lo que se dice de ayuda.

Después se gira para dejar el casco en su sitio, haciendo entre ver ese par de redondos melocotones que tanto me gustan.

—Eh. —Mi vista se levanta, por cortesía de Jisung, que finge mirarme ceñudo—¿Me estás mirando el culo?

—¿Qué tiene eso que ver contigo? —respondo sin pensar, haciendo que se debata entre reírse o mirarme boquiabierta.

—Que son míos.

Resoplo y me bajo de la moto.

—Tengo que recordarte un montón de cosas, y esta es una de las más importantes. —Le aprieto el culo y poco a poco voy subiendo por su cuerpo hasta dar con sus labios. —Todo esto es mío.

Él me da un manotazo en la mano.

—Eres un capullo.

—Sí, sí. —Profiero un suspiro que indica cansancio—Pero es mío.

Resopla y me mira con el ceño fruncido.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —Contempla las extensiones de hierba del parque.

—Vamos a dar un paseo o perder el tiempo.

—Perder el tiempo se dan en las tiendas, no en los parques.

—No te gusta perder el tiempo conmigo en las tiendas —informo.

—¿Por qué?

—Porque te echo por tierra todas las ropas que te gustan —replico con franqueza—Así que suelo ir de compras por ti.

—¿Me compras la ropa?

El espanto le cubre su preciosa cara.

—¿Controlas lo que me pongo?

—Básicamente, sí, y no es momento de intentar cambiarlo.

Le tiendo la mano y él lo agarra automáticamente.

—Somos felices así.

—Querrás decir que tú eres feliz.

—Confía en mí, Jisung. Eres feliz a más no poder.

Echo a andar, no demasiado deprisa, para que no le cueste seguirme el ritmo.

—Si necesitas descansar, me lo dices.

—Necesito descansar.

Me sitúo delante de él, me agacho y, agarrándolo por los muslos con delicadeza, me lo echo como un koala. Suelta un gritito, pero me deja hacer.

—¿Mejor?

—¿Vas a ir cargando conmigo por todo el parque?

—Sí —contesto tajante, y aligero el paso, ahora que no tengo que preocuparme de que Jisung se canse.

No pone ninguna objeción, pero sí formula una pregunta.

—¿Cuántos años tienes? —inquiere mientras me rodea el cuello con los brazos y apoya la barbilla en mi hombro.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora