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Me encuentro en la oficina del gimnasio. Quiero echarle un vistazo a mis correos, cuando de repente Changwook entra por la puerta.

—¿Qué ocurre?—le pregunto receloso.

—Haewon ha vuelto a la ciudad.

Ya está. Eso es todo lo que dice, luego se dirige a la situado en frente de mí mientras yo proceso lo que acaba de salir de su boca.

Estoy inmóvil. Y de repente siento un escalofrío, no puedo determinar si es de miedo o de rabia. Joder. La que se va a liar cuando Jisung se entere. Hace años que no veo a Haewon ni tampoco he tenido ganas. Nunca pienso en ella o en lo que intentó hacernos a Jisung y a mí. Y no voy a hacerlo ahora. Mi vida es demasiado perfecta.

—¿Por qué?—Es lo único que logro decir.

Changwook se encoge de hombros.

—No le han ido bien las cosas en Australia.

¿Qué no le han ido bien? No confío en ella. Le di dinero. Pero lo que no pude darle jamás fue mi amor. Me paso una mano por el pelo, sintiéndome jodidamente estresado.

—Dile que se mantenga alejada de mi familia y de mí.

—Ya lo he hecho. Pero hablamos de Haewon, Minho. No puedo tenerla controlada cada puto segundo del día.

—¿Dónde está?

La repuesta de Changwook no se hace respirar.

—En mi casa.

Me planto ante él, pero su dura expresión ni se inmuta, su cara seria como nunca.

—¿Por qué narices lo has hecho?

—Está sin dinero, Minho. Y destrozada. ¿Qué querías que hiciera? ¿Cerrarle la puerta en las narices?

—Sí. —Me levanto, el genio apoderándose de mí.—¡Joder, Changwook! ¿Se te ha olvidado lo que nos hizo?

Se levanta de la silla como un rayo, su enorme cuerpo avanza amenazante.

—Cierra el pico. Jisung y tú sois el motivo por el que se queda en mi casa. Le he dicho que puede quedarse unas semanas hasta que se recupere un poco solo si no se cruza en vuestro camino.

Siento un pinchazo de culpa, no por Haewon, sino por mi viejo amigo. Él no lo ha pedido. En todos los años que este hombre lleva en mi vida, su lealtad ha sido inquebrantable, siempre cuidándome.

—Changwook...

—Cállate.

—Gracias.

—No hay de qué.

Sale del despacho y yo intento respirar con calma. No puedo ocultárselo a Jisung. Cojo el móvil para llamarlo pero alguien me llama antes de que pueda marcar. Me echo a temblar cuando veo el número del colegio de los niños, así que respondo rápido.

—¿Diga?

—Señor Lee, soy la señora Sawoo, la profesora de Sana y Jeongin.

Instantáneamente pienso en lo peor, que uno de ellos se ha hecho daño o se encuentra mal.

—¿Pasa algo con ellos?

—Oh no, sus hijos están bien.

Mis pulmones se vacían de puro alivio y apoyo la cabeza en el respaldo de la silla.

—Verá, es que su esposo no ha venido a buscarlos. Hemos intentado llamar al móvil de su marido pero salta el buzón de voz. Le hemos dejado un mensaje.

—Él nunca llega tarde a buscar a los niños

Miro el reloj y son las tres y cuarenta y cinco, ya hace más de media hora que han terminado las clases.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora