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Lo veo registrar el vestidor en busca de una camisa, cualquier cosa que pueda ponerse para una fiesta de compromiso pija en el Café Royal. Tiene muchas opciones, montones de camisas bonitas de todos los largos, casi todos de encaje..., solo que no puede verlos porque los escondí cuando él estaba en la ducha.

—¿Encuentras algo? —pregunto como si tal cosa.

Me pongo mi camisa negra. Jisung se vuelve despacio hacia mí, los ojos echando chispas mientras me perfumo con su colonia preferida.

—¿Qué has hecho con ellas?

—¿Cómo? —pregunto mirando al espejo, todo inocente.

No se lo traga. Ha visto su ropa bastantes veces desde que le dieron el alta como para darse cuenta de que faltan un montón de prendas. Básicamente cualquiera que pudiera ponerse para asistir a una fiesta de compromiso.

Señala uno de los armarios y la mandíbula se le tensa.

—Mis camisas han desaparecido.

Me giro y estiro el cuello, fingiendo interés, y miro el pobre armario.

—Es una verdadera pena. Vamos a tener que comprarte algo.

—No hay quien te aguante.

Coge unos vaqueros y se los enfunda antes de ponerse una sudadera color beige.

—¿Cómo he vivido así tantos años?

Bate de béisbol directo a mi estómago. Me falta poco para ponerme a despotricar y recordarle que le encanta que le elija la ropa, pero el poco sentido común que tengo me lo impide. Porque no estoy tratando con mi chico. Estoy tratando con aquel chico al que conocí que me lo discutía todo.

—Tampoco hace falta que me sueltes eso —espeto, y giro sobre mis talones y me voy antes de que consiga amargarnos el día más aún a los dos y yo pierda la cabeza—Solo quiero comprarte ropa. Mátame si quieres, joder —gruño, el ambiente enrarecido, y echo a andar indignado hacia la escalera.

—Minho —me llama.

Aparece en el descansillo cuando yo llego a la escalera. Lo miro ceñudo, y él suspira.

—Me encantaría que me comprases ropa.

Me está apaciguando. Bien. Lo necesito.

—El que tú quieras.

—¿El que yo quiera?

¿Sin que me discuta nada? Aquí hay gato encerrado.

—El que tú quieras —confirma con la mandíbula tensa, su tono indicándome que está haciendo un esfuerzo.

Mi sonrisa no es de triunfo, tan solo de felicidad genuina. Está cediendo, y este es un gran paso en la dirección adecuada, un paso que nos acerca más a la dinámica de nuestra relación, que me da tranquilidad.

—Tu polvo de castigo se suspende.

Alargo la mano y se lo tiendo, y tras sacudir la cabeza un instante, Jisung viene hacia mí.

—¿Ves lo feliz que me haces cuando obedeces? —le digo.

Su risita cuando bajamos la escalera juntos no hace sino aumentar mi felicidad.

—¿Por qué no aceptas mi gesto amablemente en lugar de portarte como un gilipollas arrogante y poco razonable?

—Porque ser un gilipollas arrogante y poco razonable forma parte de nuestra cotidianidad.

Cojo las llaves del aparador y vamos al coche.

—Sería un farsante si intentase hacerme pasar por otra cosa.

DemolitionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora