Pov Jisung
—¿Cómo estás? —pregunto.
—Estoy embarazado, gordo y zampo como un puto caballo. —Desinfla las mejillas y las infla—¿Y tú?, ¿cómo estás tú? ¿Cómo va el yoga?
—Genial. —Sonrío al recordar la imagen que vi—Es mucho mejor que la terapia. En la última clase, estaba tan relajada que vi a Minho con los mellizos cuando eran recién nacidos.
—¡Qué bien!
Asiento, y bebo un sorbo de la copa.
—Y ¿qué tal Minho y tú?
Cojo aire y echo un vistazo al bar, donde mi marido está con sus amigos, pero su atención dista mucho de estar con ellos.
—Bien.
—¿Y? —añade.
Me encojo de hombros.
—Está siendo muy atento. Entre las pestes que echa por cómo me visto, lo que bebo y cualquier otra cosa que no le guste. Y hay muchas.
Felix se ríe, llevándose las manos al vientre, y hace un gesto de dolor.
—¡Ay!
Me echo hacia delante deprisa, mis manos sobre las suyas en la barriga.
—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien?
Se revuelve en el asiento con una mueca de dolor.
—No es nada. El niño, que está en una postura rara. —Me quita las manos, se pone cómodo y me dedica de nuevo toda su atención—. Es...
Levanto una mano para que no siga hablando.
—Sé lo que vas a decir. Me he dado cuenta muy deprisa de que es un poco controlador.
—¿Un poco?
—Mucho —transijo, y me llevo la copa a los labios con aire pensativo—Es... no sé, raro, ¿no?
—¿El qué?
Muevo la copa por el aire, para abarcar todo cuanto me rodea.
—Aquí. —Me doy unos golpecitos en un lado de la cabeza—Sigo teniendo veintipocos años, soy muy joven y estoy volcado en mi profesión. —Me miro el cuerpo, envuelto en encaje—. Pero aquí tengo veintinueve años, estoy casado con lo que solo podría describirse como un ogro y tengo unos mellizos de nueve años. ¡Nueve! —Me retrepo en la silla, de nuevo profundamente traumatizada con mi vida.
Tras un silencio demasiado largo, bebo un trago mientras miro a Felix, que sonríe.
—Hace tiempo vi todas estas emociones en ti, ¿sabes?
Espera un momento para que le pregunte, pero no lo hago. No hace falta.
—Jisung...
Apoya una mano en la mía, la otra en el barrigón, y se acerca a mí. Miro a Felix a los vivos ojos, preguntándome dónde se ha estado escondiendo estos últimos nuevos años, porque, francamente, la veo igual que siempre. Barrigón aparte.
—Para que conste, estás impresionante —dice.
Me ha leído el pensamiento, pero aun así hago un mohín, algo enfadado por ser mucho mayor de lo que quiero.
—¿Qué sientes por él?
—¿Por Minho?
—No, por el Señor Todopoderoso.
Pone los ojos en blanco con gesto teatral.
—Él es el Señor Todopoderoso.
Me río con suavidad, mirándolo en el bar. Todavía me observa, aunque algo me dice que la copa de burbujas que tengo en la mano no es el motivo de que lo haga. Veo la curiosidad escrita en su cara. Cojo aire, sin poder evitar admirar el atractivo de un hombre que es mi marido. Tiene un encanto sexy, un magnetismo que llama la atención, y, por lo general, lo sabe. Es un dios, no se puede negar, y estoy casada con él. Aunque más allá de esa arrogancia de gallito hay cierta vulnerabilidad. Debilidad. Y yo soy la causa de esa debilidad. Su amor por mí.
Lo escudriño y me escudriña, su cuerpo relajado contra la barra. Mis ojos dibujan una tangente, recorren toda su anatomía, hasta llegar a sus zapatos, y suben de nuevo hasta su cara. Esa cara. Suspiro, relajándome, esbozando una sonrisa cuando sus ojos marrones brillan, resplandecen y centellean como locos, su sonrisa traviesa discreta pero patente. Es consciente de la inspección a la que está siendo sometido y, como siempre, está disfrutando lo suyo con mi incapacidad de mantener mis puñeteros ojos bajo control. Meneo un poco la cabeza y me río, y él me guiña un ojo y me lanza un beso.
—Cerdo arrogante —dibujo las palabras con la boca.
—Yo también te quiero —responde él, haciendo que suelte una carcajada.
Y vuelvo a centrarme en Felix antes de que le infle más aún su enorme ego. Este hombre es un caso. Cuando miro a mi amigo, también veo una sonrisa de hiena por otro de los puñeteros canapés.
—Dime que no adoras a ese hombre —comenta—Dime que no forma parte de ti como cada uno de tus órganos internos. Dime que no lo necesitas para sobrevivir.
—No puedo —admito, porque aunque la idea es descabellada, es bien cierta.
Lo miro y me electrizo por dentro. Me toca y la sangre que me corre por las venas se me acalora. Entre sus brazos siento que estoy como en casa.
Como si nada pudiera hacerme daño. Y estoy segura de que es así.
—Al principio no sabía lo que sentía —reconozco—Atracción sí, eso seguro, pero intentar hacerme a la idea de que este hombre era mi marido me asustaba.
Sonrío cuando Felix me coge la mano y lo sostiene en señal de apoyo.
—Vi algo en él, algo tendría que haberme hecho recelar, y sin embargo me intrigó más. Me ha contado cosas que son increíbles, y sin embargo me las creo.
Felix no pregunta qué cosas son, ya que intuyo que lo sabe.
—Solo siento que me apoyo en él por completo, y sé qué es lo que debo hacer. No lo puedo explicar. Tengo una actitud protectora con él, aunque sé que se puede cuidar él solito de sobra. Pero sobre todo protectora con su forma de ser, como si necesitara defender cómo es. Porque sé por qué es así. La Mansión, su tío, su hermano. Las cicatrices que tiene en el estómago, la idea de que le hayan hecho daño, de la forma que sea.
Al oír mencionar las cicatrices, Felix coge aire y se estremece.
—Lo sé —convengo—Me puse como loco cuando me contó cómo se hizo las heridas. Sé que asegura que no era nada antes de conocerme, estaba vacío y perdido, pero aun así. No debería haber tenido tan poco cuidado con su vida.
—¿Poco cuidado?
—No ponerse la ropa de cuero para montar en moto —contesto, y él asiente despacio, mirando a Minho igual de decepcionado que yo.
—Ese hombre es bobo —reflexiona, y hace ademán de levantarse de la silla, un esfuerzo excesivo, incluso con la mano que le tiendo para ayudarlo—Tengo que hacer pis, por milésima vez en una hora.
—¿Quieres que te acompañe?
—Créeme, no te gustaría oír cómo hago pis. Parezco un caballo de tiro.
—Así que comes como un caballo y haces pis como un caballo. ¿Vas a irte al galope? —Sonrío al oír su risita.
—Hyunjin va a tener que sacarme rodando de este sitio.
Se estira, irguiéndose cuan larga es, y se lleva las manos a la espalda, adelantando las caderas.
—Por Dios —gime, el sonido un auténtico placer—Ahora mismo vuelvo. ¿Quieres beber algo?
—Sí, pero que no lo vea Minho.
—Te lo traeré dentro de mis gigante camisa..
Se aleja, y yo me vuelvo a sumir en mis pensamientos, admirando a Minho al mismo tiempo. Enamorarme de él tan deprisa parece una idea descabellada.
Pero ya pasó en su día.
Y está volviendo a pasar.
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Demolition
RomanceJisung no puede recordar nada de los últimos nueve años de su vida. Minho deberá hacer todo lo que esté en sus manos para que él recupere su memoria y conseguir que se enamore perdidamente de él de nuevo. Tendrá que tener de nuevo esa picardía con...