3 | La gente es estúpida

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—Yo digo que le gustas —comenta Bárbara justo antes de darle un bocado a su helado de chocolate

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—Yo digo que le gustas —comenta Bárbara justo antes de darle un bocado a su helado de chocolate.

—Yo digo que deberías golpearlo en la cara —agrega Takeshi, quien no es fanático de nuestra heladería predilecta y siempre termina pidiéndose un jugo de naranja.

Observo a ambos en silencio y dejo que se peleen por sus universos inventados.

—¿Por qué siempre tienes que resolver todo con violencia? Mi idea es mucho mejor. —Se acomoda el pelo cual reina antes de continuar—. Un enemies to lovers cargado de deseo y tensión sexual, obstaculizado por una pared de papel que luego será el elemento que perpetuará su amor para toda la eternidad. —Bárbara me mira, buscando aprobación con una sonrisa de par en par—. ¿Qué te parece?

—Me parece que leíste muchas novelas juveniles, Barb —respondo sin mucho ánimo. ¿Cómo puede ser que Bárbara siempre esté de tan buen humor? Su cabello rubio, radiante a donde sea que vaya, me da un poco de envidia.

—Escúchame, Finn. —Takeshi me toma por los hombros, y debe correrse su pelo de rockero, puntiagudo y siempre tapando su frente con su flequillo, antes de poder comenzar a hablar—. Esto es lo que vas a hacer. Hoy vas a robarte una raqueta de tenis del clóset deportivo de la universidad. Luego vas a volver a la habitación de este sinvergüenza, vas a dejar que te abra la puerta con su estúpida cara de casanova, y vas a reventarle todo el grafito de la raqueta en su rostro hormonal. Te aseguro que nunca más tendrá sexo como un animal, y tú no volverás a preocuparte por tus horas de sueño. ¿Entendido?

Saco sus manos de mis hombros y niego con la cabeza. El negro de sus ojos, que combina perfecto con el color de su cabello, analizan mi respuesta ansiosos.

—Barb tiene razón. ¿Por qué tus recomendaciones siempre implican dejar al acusado en el hospital o algo peor? —Le doy un mordisco a mi helado, solo para darme cuenta con tristeza de que la vainilla se me está acabando. Podría estar comiendo helado todo el día.

—La gente es estúpida y egoísta. Como el único lenguaje que entienden es el de la violencia, no dejarán de molestarte hasta que les hagas entender que no pueden meterse contigo. Las palabras no alcanzan.

Ignoro las palabras de Takeshi. Tiene razón en que las personas son estúpidas y egoístas, pero no creo que eso nos dé derecho a rebajarnos a su nivel. Me giro para observar el exterior de la heladería y apreciar el inmenso verde que se extiende por la universidad. A lo lejos puedo ver un árbol de cerezos que inunda mi visión de un rosa muy vivo, que no condice con mis ánimos del momento. La suave voz de Bárbara, quien suele ser la empática del grupo, me trae de nuevo al interior de la heladería:

—Finn, sabes que nosotros estamos aquí para apoyarte el tiempo que necesites, pero me tienes preocupada. Esta... esta no eres tú.

Me giro veloz para fulminarla con la mirada.

—Ya te dije que no quiero que me llames por esos pronombres —esbozo.

—Pero...

—Pero nada. Que por fin les haya reconocido lo que me pasa en una noche de borrachera no les da derecho a tratarme diferente. Yo no quiero que me traten diferente. —Veo duda en las expresiones de Bárbara, como si todavía tuviera intenciones de refutar—. Soy Finn. Su amigo de siempre, ¿okey? F-i-n-n. Recuérdenlo.

(Trans)parenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora