38. Esperanza ciega

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¿A quién voy a mentirle? Esto es mi culpa

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¿A quién voy a mentirle? Esto es mi culpa.

Yo fui el que le gritó a su madre que la odiaba. Yo fui el que la llamó orgullosa. Yo fui el que le dijo que dejaría de ser su hijo. Yo fui el que la atacó sin vergüenza cuando lo único que ella había hecho era acompañarme sin siquiera decir un pero.

Es muy tarde para arrepentirme, pero me es imposible no hacerlo. Si no hubiera tentado el destino de esta manera, quizás esto no hubiera sucedido. Quizás el chico que perdió el control de su auto frente a nosotros no lo habría perdido, y ahora podríamos estar todos sanos y salvos, volviendo a casa luego de haber buscado a Finn tras su pedido de ayuda.

Pero no. Tenía que transformarme en un monstruo. El mismo monstruo que apareció después de que casi perdiéramos a mamá cuando su paciente se suicidó. El mismo monstruo que, después de años de terapia y mucho trabajo, creía que había dejado sepultado.

Me equivoqué. Dios, me equivoqué. ¿Cómo pude estar tan ciego como para ni siquiera haber sido capaz de escucharla? Repaso cada cosa que dije y no siento que las palabras hayan sido mías. Es como si hubiera sido un espectador de mi propio arrebato.

Nada de eso importa si los errores que cometí se tornan irreversibles y mi madre no sale de esa sala de operaciones con vida.

—Hijo, ven aquí —me dice papá cuando lo veo aparecerse en la sala de urgencias. Toca mi cabeza, tengo una venda en ella y algunos raspones en los brazos por el cristal roto. Los médicos me hicieron estudios y no encontraron nada de lo que preocuparse, concentraron todas sus energías en atender a mi madre.

Mientras viajábamos en la ambulancia recuerdo todo borroso, mi visión no era buena. Sin embargo, el pitido inconfundible de las máquinas me había dado una pista muy grande de lo que estaba pasando: mamá estaba teniendo un infarto.

—Tuvieron que reanimarla, papá. Ella... estaba muy mal, no despertó desde el accidente. No sé si estará bien y todo esto fue mi culpa, te juro que fue mi culpa... ¿C-cómo haré para p-perdonarme si ella...?

Papá me estruja contra sus brazos, no me deja continuar.

—Tu madre es la persona más fuerte que conozco. Va a salir de esto, ¿okey? —Se separa de mí, aprieta mis manos mientras las une con las de mis hermanas, que me miran y me acarician con lágrimas en los ojos—. Los quiero fuertes, mamá los necesita más que nunca.

Los tres asentimos al ritmo de sus palabras. Tiene razón. No puedo llenarme de todos estos pensamientos negativos ahora, tenemos que estar unidos en...

—¿Isaac?

Mis propias reflexiones son interrumpidas por la voz que no esperaba escuchar. La voz con la que esperaba encontrarme cuando estábamos de camino por la ruta y un auto se estrelló contra nosotros. La voz por la que viví y dejé de vivir estos últimos meses.

La voz de Finn Bennett.

Cuando lo veo siento que la última capa de protección contra lágrimas desaparece. Tenemos que estar fuertes, sí, pero no puedo convencerme de mi fortaleza si no logro soltar esta angustia que siento en el pecho. Es demasiado para tolerar, así que dejo que el agua brote por mis ojos cuando sus brazos me envuelven y me quedo ahí, en sus hombros, como hicimos tantas veces en el pasado.

(Trans)parenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora