8 | ¿Puedo confiar en tu corazón?

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—Así que tienes amigos

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—Así que tienes amigos.

Pude haber salido de la habitación tan pronto escuché que Finn y sus amigos entraban a la suya, pero no lo hice. Takeshi y Bárbara, los nombres que logré reconocer del otro lado de la pared, parecen ser personas muy especiales para mi vecino. Solo puedes hablarle así a alguien con quien ya tienes mucha confianza, alguien que ha estado en tus buenas y en tus malas.

Me quedé escuchándolos por una sana envidia de tener personas así en mi vida.

Cuando decidí venir a esta universidad y alejarme de mi casa, no creí que, varios semestres más tarde, seguiría tan solo. Violet es la única persona que me acompañó desde el principio y que me conocía a mí también, siendo que ambos venimos del mismo pueblo y que habíamos ido a la misma secundaria. Sin embargo, no tengo a otras personas en mi día a día con las que pueda reunirme, con las que pueda compartir una linda cena o una salida al parque. Mucha gente me saluda en las clases. Muchas otras bromean conmigo en el gimnasio, pero ninguna tiene suficiente peso en mi vida como para poder ser llamada amigo.

Creo que no me había dado cuenta hasta ahora —o al menos no había querido admitir— que la soledad que me rodea es muy triste y penosa.

—Sí, pero amigos en serio. A los míos no les hablo desnudo —contesta Finn del otro lado de la pared, ya con Bárbara y Takeshi habiendo abandonado su habitación.

Una pequeña risita se me escapa. Quiero poder irritarlo y desafiarlo con el tipo de comentarios a los que nos sometemos siempre, pero mi reciente realización sobre mi soledad tomó el control de mis emociones.

Un silencio reina entre nosotros antes de animarme a contestar.

—Los estuve escuchando —reconozco—. Parecen muy buenas personas.

—Sabía que nos estabas vigilando —admite también—. Son buenos amigos, lo de buenas personas dejaré que lo dictamine Dios o quien sea que nos esté observando ahí arriba. Probablemente nadie, si me preguntas a mí.

Apoyo mi espalda contra la pared que nos separa para que, una vez más, el silencio vuelva a apoderarse de nuestra conversación. Busco fuerzas para no sonar como una persona débil y contestar con la altura que trato de hacerlo siempre, pero todos los chistes y bromas a los que me he acostumbrado a decir, ahora se ven esquivos.

—¿Ya mandaste a hacer mi lápida? —pregunta, tratando de que los segundos se pasen más rápido hablando.

—¿Q-qué? —titubeo. No puedo evitarlo, tengo la cabeza en otro lado.

—Parecías muy emocionado por mi error cuando hablábamos por mensaje. Imaginé que ya habías mandado a hacer la inscripción en honor a mi equivocación —agrega con su tono usual de siempre, aquel que no permite grietas y que me invita a continuar con el desafiante juego.

Es increíble ser yo. Hace minutos me estaba riendo de Bárbara y Takeshi, de como hablaban de mis abdominales con descaro y de como le aseguraban a Finn una infinidad de cosas a las que él se negaba. Fue entretenido estar del otro lado de la pared y enterarme de cosas que, de no haber estado aquí, jamás hubiera sabido. Sin embargo, cuando sus amigos salieron por la puerta y las conversaciones triviales se esfumaron, mi estabilidad mental se escapó también.

(Trans)parenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora