20 | Vuela, vuela

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—¡¿Dónde está el alcohol?! ¿Quién me trae el champagne?

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—¡¿Dónde está el alcohol?! ¿Quién me trae el champagne?

Este se nota que es un clásico de Takeshi. Siempre que encuentra oportunidad, tratará de hacernos ver ridículos frente a un grupo de desconocidos. Esta vez, ante el ojo crítico del resto de los pasajeros, Bárbara tiene que arrastrarlo hasta su asiento para que deje de avergonzarnos.

—Hubieras comprado un boleto de primera clase, genio —responde, y lo sienta a su lado—. Ahora te aguantas ser parte de la comunidad turista.

Curiosamente, las filas se estipularon de una forma muy casual: en la fila de adelante están Bárbara y Takeshi, con Finn y conmigo en la fila justo detrás. No me parece coincidencia que los dos tortolitos se hayan comprado el ticket uno tan cerca del otro.

Aprovecho para observar a Finn para ver si se está riendo también, pero desde que nos encontramos esta mañana en el campus no ha dicho una palabra. Ninguno de los tres se atrevió a preguntarle qué es lo que le sucede. Sin embargo, ahora que nos espera un largo vuelo, quiero asegurarme de que se encuentre bien.

—¿Te comieron la lengua los ratones? —pregunto, dándole un pequeño empujoncito con mi hombro cuando se abrocha el cinturón. Sigo sus pasos y hago lo mismo.

Me mira serio.

—Es un dicho que lo que quiere decir es...

—Ya sé lo que quiere decir —me dice mordaz—. No, no me comió la lengua ningún ratón.

Trato de no desesperarme con su contestación, pero su humor empieza a preocuparme. ¿Fue esto un gravísimo error? ¿Vamos a pasar unos días de infierno en Nueva York porque Finn estará dándole la ley de hielo a todo lo que se cruza en su camino?

Se pone un auricular en el oído, y antes de que pueda ponerse el segundo, vuelvo a intentarlo:

—¿Qué pasa, Finn? Nunca te había...

Levanta una mano sin siquiera mirarme como para indicarme que me calle. Luego, se pone el segundo auricular en el oído y empieza a reproducir música sin siquiera dedicarme un segundo más de atención. Bárbara, quien oyó mis dos intentos de conectar con él, se contorsiona para observarme y se encoge de hombros, tan confundida como yo por el accionar de su amigo.

El avión despega en silencio en la fila veintisiete. No nos tocó nadie más en nuestra hilera de tres, así que tendríamos suficiente espacio para dejar un asiento vacío en el medio. Sin embargo, Finn se mantiene a mi lado. Podría haberse movido al lugar que da al pasillo, pero se quedó cerca de mí.

La fila veintiocho, por supuesto, es lo contrario a la nuestra. Bárbara y Takeshi no paran de hablar. En los primeros minutos de vuelo, sus conversaciones son ruidosas y llamativas, lo que hace que la señora sentada a su lado tenga que mirarlos de reojo, un tanto susceptible por el alboroto. Sin embargo, a medida que el avión toma altura y encuentra la velocidad crucero para su rumbo a Nueva York, Barb y Take se tornan más silenciosos. Siguen hablando, por supuesto, pero esta vez de una forma más íntima. Hablan bajo, como si estuvieran contándose secretos. Las risitas se tornan nerviosas. No puedo escuchar lo que están diciendo, pero sí puedo ver la forma en la que reaccionan cuando se comunican.

(Trans)parenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora