33. El medio corazón

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—Estás más inquieto que de costumbre, Finn

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—Estás más inquieto que de costumbre, Finn. ¿Te sientes bien?

Tanya tiene razón. Desde que comenzó la sesión, tengo la mirada perdida. Veo a otros estudiantes caminar por el lago y empiezo a preguntarme qué estará pasando por sus cabezas. ¿Tendrán cuestiones en las que están trabajando, como yo? ¿O serán como mi versión del pasado que prefería ignorarlas y dejarlas debajo de la alfombra?

Estoy evitando un tema de conversación que sí, es cierto, me tiene un poco tenso. Pero trataré de estirarlo en el tiempo lo más que pueda. Me merezco disfrutar de lo que he hecho hasta ahora por unos minutitos extra.

—Depende. ¿Qué catalogamos como "bien"? ¿Bien si lo comparamos con cuando me encontraste en la terraza, o bien si lo comparamos con como estaba antes de llegar a la universidad? O peor aún...

Tanya tuerce su cabeza un poquito hacia la izquierda y frunce el ceño con severidad. Mierda. Es imposible dejar pasar una emoción con esta señora.

—No trates de desviar el tema. ¿Qué te sucede? Hasta donde sé, estas últimas semanas estaban llenas de buenas noticias: te reconciliaste con Bárbara y Takeshi, conociste a Gina, lograste vestirte como a ti te gusta... ¿Me perdí de algo?

Me remuevo en mi lugar. Sonrío, pero no sonrío en realidad. Es solo una de esas sonrisas incómodas que uno hace cuando no sabe qué más hacer.

—No tiene que ver con algo que ya pasó. Es algo que está por pasar.

Tanya junta sus dos manos sobre la mesa, deja su libreta a un costado. Ella sabe reconocer cuando estoy a punto de decirle algo que posiblemente cambie el curso de nuestra sesión, así que se prepara en concordancia. Deja listo el terreno, podríamos decir.

—¿Tiene que ver con mi hijo? —Hacer la pregunta genera que su voz titubee por un ínfimo instante, todo lo que tenga que ver con Isaac es de completa prioridad para ella. No la culpo. Es una madre devota, no como la mía.

Niego.

—El fin de semestre se acerca.

Asiente en respuesta. Por supuesto que sabe de lo que le estoy hablando.

—Tus padres.

Vuelvo a asentir. Dejo de mirar a la gente que pasa y trato de mirarla a ella. Tanya me enseñó a no tener miedo a los ojos ajenos. Me hizo entender que no tengo nada de qué avergonzarme, así que de a poco trato de adaptarme y seguir su consejo. Se siente bien cuando lo hago, como si conociera un universo nuevo en la mirada de alguien más. Hay tantas cosas que se pueden descubrir con el solo observar a alguien detenidamente.

—Falta poco para volver a casa.

—¿Y eso cómo te hace sentir?

—Nervioso. Muy nervioso.

Va a agregar otra pregunta, pero me le adelanto:

—Pero también creo que me siento listo.

Esta frase la sorprende. Noto la emoción en su expresión, una muy sutil y delicada. Me deja hablar.

(Trans)parenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora