30 | Sus alas

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—¿Disculpa?

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—¿Disculpa?

Mantengo mis puños firmes al costado de mi cuerpo. Finn tiene miedo de girarse, sabe que a sus espaldas solo se encontrará con alguien que quiere causar problemas.

—Me escuchaste bien, maricón. —El imbécil hace un esfuerzo considerable en acentuar la última palabra como si fuera el mejor de los insultos de su lista—. Te dije que no se aceptan enfermos en este bar.

No quiero que las cosas empeoren. Es de las primeras veces que mi vecino se atreve a salir al mundo exterior, ¿qué imagen le daré si me termino golpeando con un desconocido en el restaurante? No saldría nunca más de su habitación.

Me muerdo la lengua y trato de mantener la tranquilidad.

—¿Y a tu noviecito qué le pasa? ¿Siempre tiembla así como un niñito asustado?

Bajo mi cabeza hacia Finn y lo encuentro observando al idiota con los ojos muy abiertos. Parece como si cada molécula de su cuerpo hubiera decidido detenerse. Está demasiado estupefacto como para moverse.

Puedo soportar que me llame como quiera. Pero que se meta con él... no. Es inaceptable. Concentro mi energía en mis puños, que están listos para mandarlo de vuelta al planeta homofóbico del que salió. Sin embargo, justo cuando estoy a punto de dar dos pasos en su dirección y convertir el restaurante en un club de pelea, una voz femenina por detrás del estúpido me sorprende:

—¡Esto es por llamarme puta en Tinder! —Le pega una patada en los huevos, y el tipo se retuerce del dolor—. ¡Y esto por insultarlos a ellos! —Agarra un florero que estaba en la barra y se lo revienta en la cabeza. El agua, junto a las flores, se esparcen por el piso.

Algunos comensales curiosos se reúnen a nuestro alrededor, ninguno capaz de involucrarse en una situación que no acaban de entender. El idiota se agarra sus partes desde el frío suelo, tratando de recomponerse ante el inminente dolor que debe estar creciendo entre sus piernas.

Finn me agarra la mano con fuerza, y yo lo correspondo.

Tarda sus buenos segundos en levantarse. Mientras lo hace, la chica que intervino se para en medio de nuestra mesa, como si fuera una guerrera comprometida a defendernos. Sus pelos de muchos colores se movilizan en todas las direcciones cuando se pone de cuclillas y termina de rematar la dignidad del tarado:

—Si te vuelvo a ver por aquí, la próxima vez te daré con algo más fuerte que un florero.

Al tipo por supuesto que no le agrada la forma en la que fue humillado, y observa a la multicolor con ojos de animal depredador. Veo sus intenciones de responderle y elevar esto al próximo nivel, pero luego se da cuenta de la cantidad de gente que ya se ha reunido en círculo, cuchicheando y susurrando lo cruel que había sido con nosotros.

Se levanta del piso con el pantalón mojado por el agua derramada, mira a la chica, nos mira a nosotros, mira al resto de los comensales, y luego dice:

—Nunca tienen que confiar en estas basuras. Tienen una enfermedad mental muy grave.

(Trans)parenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora