10 | Querida Violet

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—¿En serio no vas a decirme ni de qué color es tu pelo?

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—¿En serio no vas a decirme ni de qué color es tu pelo?

—No.

Mi labio se tuerce y sonrío sin siquiera pensarlo.

—Pero estoy en desventaja. Tú tienes todos mis perfiles en las redes sociales, las fotos corriendo, las salidas familiares, y tú...

—No.

—¿No hay nada que pueda decir o hacer para convencerte de lo contrario? —arremeto mientras continúo observando el techo, recostado en mi cama, y le hablo a mi vecino del otro lado de la pared.

—Eso suena muy sucio, y no, no hay nada que puedas hacer —esboza Finn sin un atisbo de humor en su voz que, gracias a lo que vivimos hace unas semanas, sé que es solo parte de su personaje—. Si me sigues insistiendo, volveré a mis conciertos de Coldplay.

Desde aquella noche en la que Finn me cantó ese fragmento de Yellow, las cosas cambiaron entre nosotros. El trato sigue siendo el mismo (nos insultamos con frecuencia, estamos todo el tiempo criticando las cosas que el otro dice y hace, y nos hablamos con crudeza), pero ambos ahora somos conscientes del juego al que el otro está jugando. Reconocimos que del otro lado no hay una persona a la que queremos pegarle con un bate o que quiere lastimarnos, si no que está ahí, luchando la batalla de la vida a la par de uno.

En resumen, jugamos a que nos odiamos pero en el fondo sabemos que no lo hacemos. No hemos vuelto a hablar de lo que pasó en la noche en la que me quebré, pero no necesitamos mencionarlo para seguir adelante.

Cuando me responde con su frialdad y distancia, yo siento que en realidad estamos cada vez un pasito más cerca. ¿De qué? No lo sé, pero la esperanza me hace sentir menos solo, por lo que trato de hablarle con frecuencia y sacarle conversación para mantener nuestro vínculo vivo.

Ahora que ya la terminé de cagar con Violet, si no está él, ¿quién va a estar?

—¿Qué canción me recomendarías escuchar para introducirme al mundo de Coldplay? —le pregunto cambiando de tema, al notar que el tema de su identidad secreta siempre despierta su carácter odioso multiplicado.

—Mmm, es una buena pregunta. —Duda—. Viva la vida, quizás.

Conozco la canción. La he escuchado algunas veces por la radio cuando volvía de la escuela con mis padres, pero nunca me detuve a oírla por mi cuenta.

—Interesante. ¿Por qué?

—Tiene una melodía muy inspiradora, y creo que alguien como tú, que disfruta analizando las letras de las canciones, podría darle el significado que merece —responde sin una gran emoción en su voz.

Mientras habla, me distraigo con mis propios pensamientos. La ansiedad de conocerlo últimamente me está carcomiendo. ¿Qué tan alto es? ¿De qué color es su cabello? ¿Y sus ojos? ¿Los tendrá verdes? ¿Será pelado o tendrá un peinado descontrolado? ¿Tiene piercings o tatuajes? ¿Usará pulseras o cadenas? Las preguntas se acumulan a cada día que pasa, y por más de que por supuesto tengo la posibilidad de preguntarle y sacarme las dudas, mi imaginación siempre está pidiendo más, y más, y más.

(Trans)parenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora