68. La fogata.

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Capítulo 68; La fogata

~Melania~

Aceptar la invitación no fue mala idea. Están todos los chicos, y aunque Abdiel es un fastidio no dejaré que dañe este momento.

Está haciendo brisa, y por alguna razón el fuego de la fogata no se ha apagado, estamos todos sentados a su alrededor, hemos hablado de todo un poco.

Hace bastante tiempo no me sentía bien con un grupo de personas, no son mis amigos, pero él último año he convido bastante tiempo con ellos.

Llegas diez.

Volteo a ver a Franco que está a mi lado.

—Cervezas. Mañana no pondrás levantarte.

—Hiy tomaré hasta que pierda la memoria.

No alcanza hablar, lo interrumpe Roger.

—Una fogata no es fogata si no jugamos a esto —me quedo viendo las pulseras de color verde y amarillo que trae en la mano—. La diversión nos persigue.

—Una prenda menos —me quedan viendo cuando digo el nombre del juego—. Interesante juego.

—Entonces, sabes que si te sale la pulsera verde te debes quitar una prenda —habla Megane con una sonrisa muy coqueta.

—Y también sé que si me sale la amarilla debo atarme a alguien y entrar al agua mientras me quito una prenda. Bien, juguemos. 

Alrededor de la fogata todos estamos pendientes de qué pulsera nos tocará, aunque no es tan fácil el juego, ellos siempre le agregan algo para hacer el juego más divertido.

Le damos la espalda a Roger que tiene las pulseras, nosotros estamos de espalda con los ojos cerrados para no hacer trampa.

Las pulseras no son tan comunes, traen una abertura al final para que la puedas romper y tomar el líquido ácido que hay en ellas, es para que sientas mucho más placer al entrar al agua cuando te vayas quitando la prenda.

Sí, la sustancia calienta tu cuerpo.

Roger cuenta hasta cinco, dejando las pulseras en el suelo y todos nos giramos para tomar una, no sabemos cuál es el color porque se nota hasta después de tomar el líquido ácido. Arrugo mi cara al sentir el líquido pasar por mi garganta, es realmente ácido, es como si todo tu cuerpo se calentara.

—¡Stop! —grita Roger.

Soltamos la pulsera, abrimos los ojos para ver de qué color se puso ahora. Voy a admitir que hasta la vida se puede enamorar de mí u odiarme más de lo que me gustaría.

—Amarillo.

Muestro el color de la pulsera, los demás celebran sabiendo que no serán los que tendrán que aguantar el frío del lago. Me toca escoger con quién me voy a atar para entrar al lago.

—Mauro.

Sonríe al escuchar su nombre salir de mi boca, se echa su cabello hacia atrás y se acerca a mí.

—Qué buena excusa para tenerme pegado a tu cuerpo —me susurra—. Pero te va a funcionar.

—Las excusas no son de mi agrado, tú lo sabes.

—No tienes que sentir vergüenza por quererme cerca, nadie lo sabrá —toma las corbatas y las pasa por mi cintura, pegándome a su pecho—. ¿Así está bien o aprieto más?

—Está perfecto.

—Me estás provocando, puedo hacerte mía en ese lago.

—Deberías crear una iglesia con esa fe.

Nos vendan los ojos, esta parte del juego no la sabía, pero parece que todo se intensifica, desde los sonidos más insignificantes hasta los más grandes.

Empezamos a guiarnos por el sonido del agua, yo decido sacarme la blusa porque debajo traigo mi sostén que cubre lo suficiente. A medida que caminamos deduzco que Mauro se está quitando la camisa por sus movimientos.

«Huele delicioso».

—¡Maldición!

Gruño al sentir el agua helada en mis pies, clavo mis uñas en los brazos de Mauro y escucho su quejido. Por alguna razón, la temperatura del agua se siente más fría, siento que mi cuerpo se quiere congelar y que el líquido de la pulsera era algo más porque apenas toqué el agua mi piel se erizó.

Esto me está gustando.

—¿Lo sientes?

Por su manera de hablar supongo que sus labios también están temblando como los míos.

—Si te refieres al placer que me dio el líquido de la pulsera, pues sí, lo siento.

—Me refería al frío.

—Explícate, me confundo con el frío que siento.

Contamos hasta tres y nos sumergimos en el agua, los dos reprimimos un grito, el agua está realmente fría. El estar atados nos hace estar más cerca de lo normal, puedo sentir los latidos de su corazón, su respiración agitada y cómo sus músculos se tensan.

Tardamos hasta ya no poder más en el agua y salimos a la superficie, se escuchan las risas de todos los chicos y creo que hemos aguantado mucho tiempo metidos en el agua.

—Eres buena competencia, Melania

—Toda la vida.

Trato de quitar la corbata de mi cuerpo y sus manos mucho más grandes que las mías me detienen.

—Los chicos harán mi bienvenida de soltero, quiero que vengas.

—Tú no estás soltero —me burlo y me empuja—. Iré, nos vamos a divertir.

—¿Qué tanto?

—Mmm, espera que llegue el día y lo verás.

—Ah, ya hay secretos entre los dos.

—Siempre tendremos secretos.

Le guiño un ojo y niega con una sonrisa.

Nos quitamos las corbatas, y seguimos jugando. Durante varias rondas pasan mis amigos. Se pueden escuchar las risas porque algunos no duran ni un minuto y es que meterse al agua fría es un gran reto, más si te tomas ese líquido ácido que parece que fuera un activador de deseos sexuales.

No dejo de reír cuando veo que Felipe se cae por tratar de quitarse la bermuda con los ojos vendados. Le gusta crear juegos y después él mismo pierde.

—Me gusta verte feliz.

Me dice mi hermano que está a mi lado.

—Me siento tranquila.

—No borres esa sonrisa nunca, incluso a mí me haces feliz viendo cuando sonríes.

Sonreímos al mismo tiempo y nos vamos a seguir jugando, mi hermano puede ser un desastre, pero no lo cambiaría por nadie.

«Los hermanos no suelen ser tan malos como la mayoría piensa».

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